martes, 11 de septiembre de 2018

Agua fresca

El manantial de sensaciones que constituye el Camino de Santiago no se corresponde necesariamente con la permanente presencia de aguadas que calmen la sed del peregrino. Y, sin embargo, haríamos una fiesta en nuestro cálido sur en torno a cualquiera de las apariciones del líquido elemento en estos territorios gallegos en los que, por acostumbrados, no precisan de convertir cualquier fuente en lugar de asueto. Siempre está de algún modo en los paisajes y, refrescando como lo hace sin necesidad de ser arrimada a la boca siquiera, nos transmite el frescor apetecido desde arroyos, caños entre la maleza, ríos o la paleta de variados verdes que colorean estos escenarios.

Sé de alguien que, por tratarse de hombre interesado en estas cuestiones más allá de la personal satisfacción de su sed, se tomó la molestia de hacer el Camino Francés contando desde Sarria la "docena de fuentes naturales (no cloradas) aceptablemente acondicionadas para su uso de boca en todo el camino". Se trata del geólogo Antonio Castillo, curioso de una situación que llama la atención: sólo doce a lo largo y ancho de todo ese itinerario que, hasta Santiago de Compostela, supera el centenar de kilómetros! Muy pocas aunque no todas las que hubieron tiempo ha, antes que muchas fueran incorporadas a la red de abastecimiento y otras, sencillamente, quedarían inservibles.

Un ejemplo que nos llamó la atención a Carmen y a mí en nuestro Camino Portugués fue el de los lavaderos. Tantos de ellos medianamente conservados en lo arquitectónico, incluyendo en no pocos casos alguna indicación con vocación de comunicación de interés turístico, pero prácticamente ninguno abastecido por el agua que un día permitió la puesta a punto de camisas y enaguas. Y sin embargo el agua está ahí, siempre, constante en su refresco visual y sensitivo del caminante, en esta Galicia que enamora por muchas cosas pero de modo especial por el tono húmedo de sus pastizales, cultivos, huertos, setos, sotobosques y, sobre todo, sus bosques.

La espesura de la arboleda nos envolvía cuando comenzábamos a dejar de escuchar los zumbidos de los aviones que despegaban o aterrizaban en el aeropuerto de Vigo. Otro Padrón previo al que aguardamos en la última pernocta antes de alcanzar Santiago este año, más pequeño que el de Rosalía y Cela, más discreto que el que custodia el pedrón donde dice la leyenda fue amarrada la barca que trajo los restos de Apóstol a estas tierras, queda a nuestra izquierda. Es ya el concello de Redondela. Y, de hecho, en cuanto saliéramos de aquel bosque y se nos abriera la olla en la que se encuentra ubicado, comenzaríamos a sentir que el mar no esta lejos.

Pero el bosque tenía para nosotros una sorpresa. La que más pudiéramos ansiar en ese momento. El agua. El sol estaba a punto de colocarse en todo lo alto. Las temperaturas que amenazaban nuestra ruta desde fechas antes de comenzar en Tuy se estaban cumpliendo y el pegajoso calor gallego atizaba. Y, bebiendo pero sin que fuera ello lo sustancial, un mínimo claro en la arboleda, el justo para mostrar una terminación pétrea para evidente uso humano, nos refrescó como apetecíamos. Descalzarse en el Camino es, especialmente cuando el sitio parece haberse diseñado para ello, lujo de los que algunos gustan denominar asiático. Ahí está, para gozo de caminantes y sorpresa en puertas de Redondela.

Ésta es agua que se vierte sobre redondel de piedras de granito que hacen plato para que no se encharque el paraje. Agua perfectamente conducida por un canal con trazas de abrevadero cuyo extremo chorrea la vida misma sobre los pies cansados. Agua fría, agua limpiadora de sudores pero también de auras prestas a entrar en la localidad de pernocta habiendo recibido abluciones certeras y proporcionando ánimos adecuados. Redondela nos espera, sabe qué nos ofrecerá y que dispondremos de horas suficiente para disfrutarlo todo. Ha sabido salirnos al paso como hospitalero cabal, para que la actitud del peregrino sea la mejor en esa tierra que nos asomará a la Ría de Vigo. Ésa será otro agua.


Fuente en pleno bosque, a pocos kilómetros de Redondela

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