Hace tiempo que no me siento contigo en aquella playa en la que la marea era amable, sobria pero apacible. Allá donde las reflexiones fueron alguna vez serenas, sensatas y sanamente comprometidas.
Hace tiempo... sí. Y es tiempo que no arde en el ardid de una fuga hacia adelante, de ésas con las que llegaramos a creer que las cosas tomaron el rumbo de un adiós irrevocable. No arde, es ignífugo, como el amor verdadero.
Hace tiempo, y tiempo es lo que faltó en su día para hacerme entender entre un laboreo incesante que también entendí que era estar contigo. Nadie lo hacía. Yo debía hacerlo. Aunque me separara de ti y tus quehaceres.
Hace tiempo que la hora de la espera de un conato de verdad fuera respuesta al vacío inmenso que dejan tus silencios. O los míos. O los de todos cuantos sabemos que esto no conduce a ninguna parte, que la vida sigue.
Hace tiempo que el tiempo no importa. Que las cosas que no quisiste escuchar siguen bramando sinceridad. Que lo ignorado no esclarece entuertos del sentimiento. Que lo que había de pasar no depende de porqués.
Hace tiempo. Sí que hace tiempo que debí, debiste, debió, debimos, debisteis y debieron. Sujetos es lo que sobra para las acciones que nunca llegaron. Y lo que importa y se aplaza ad eternum es lo que quema en el alma.
Hace tiempo que el padre que tuve, y que tengo, calma. Que el padre que fui, y que soy, clama. Que el padre que serás, y cuya condición no calculas, calla mientras sigo sentando mis ganas de vivir sobre la arena.
Hace tiempo de un tiempo para la conciencia sobre un tú y yo que no sobra, sobre un yo y tú que nos falta, sobre un ellos que nos resbale por las enaguas de la turbidez y la bruma. Hace tiempo. Mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario