lunes, 24 de septiembre de 2018

Volando alto

Y si las experiencias ligeras, las simplemente divertidas, algo huecas aparentemente de provecho personal, también construyen espíritu peregrino, tanto en la ruta jacobea como en la vida? Y si una buena carcajada elevara más que un sesudo ensayo sobre la felicidad?

Si vuelves de la playa y, para el resto de la tarde, te queda, antes de la cena y el descanso nocturno en el albergue, un pasacalles en una Redondela en fiestas que se agarra a las risas y la interactuación entre figurantes y público, pues a disfrutar sin más. Los peregrinos también gozan.

El aviador tenía desparpajo, doy fe de ello. Pero la peregrina le superó cuando se fue para él y lo cogió del brazo. Fue entonces cuando el actor, entrante y con simpatía deslumbrante, fue superado por la visitante. Volar alto es el objetivo siempre. En lo importante y en lo aparentemente secundario.

Y el vuelo de Carmen, tan soñadora como realista, tan fuerte en ese gesto sonriente de la foto como en la crudeza de la sintomatologia, es tan elevado... Ya quisiera la gaviota patiamarela, con la mayor colonia del mundo en las cercanías Islas Cíes o los corvos mariños cristados o los mascatos...

Se vuela con la ilusión puesta en conseguir algo. Se vuela con el empeño puesto en abandonar la zona de confort para ello. Se vuela con el trabajo por alcanzar objetivos. Se vuela cuando empezamos a tener conciencia que el logro es posible. Y se vuela, claro que sí, en el camino sin esperar al destino.

Se vuela en un artilugio móvil con aspecto de triciclo venido a más. Pero se vuela si lo mostramos como todo un pájaro capaz de llevar nuestra alegría desde una calle céntrica de Redondela hasta el confín del mundo. Finisterres vengan para ser conquistados.

Así, el Camino, que ya admite a quienes andan, a ciclistas, a jinetes y hasta marinos a vela (según dónde pongamos la cruz en la credencial) invoque también la concurrencia de gente capaz de volar por los cielos del Campus Stelae que ofreció indicios a los peregrinos medievales.

Volar, como aquel cura lisboeta recreado por Saramago en su famosa novela del convento de Mafra, es elevarse desde el suelo en virtud del artificio mágico que nos lo permita. Pero, sobre todo, es subir desde nuestros supuestos límites, más cacareados que reales casi siempre.

Carmen es tecnología incomprensible (como las raras bolas del eclesiástico para la passarola del relato) que me permite el vuelo necesario, aquél que creyera imposible salvo que me dejara convencer por esta rubia decidida que tengo más poderes que los enarbolados hasta ahora.

Redondela en fiestas

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