El escalofrío llegó a la nave. Los socios de la cooperativa iban llegando bien temprano a Rota para comenzar la jornada laboral. Pero uno de ellos se había adelantado inesperadamente. Y lo hizo el tiempo suficiente para que, antes de que los demás alcanzaran el lugar, le hubiera dado tiempo a poner fin de motu propio a sus problemas. Así de espeluznante. Así de crudo especialmente para unos compañeros que, copartícipes de las dificultades de la empresa, veían ayer como uno de ellos se quedaba por el camino. No aguantó más.
La muerte no es la solución. Salvo que se encuentre algún tipo de inexplicable paliativo en el resultado de esa desesperación que termina conduciendo al suicidio tras el arrebato provocado por los impagos continuados que, probablemente, no escondan sino los problemas también existentes en las empresas que les subcontratan los servicios. Ellos, sin embargo, saben de la existencia de tantos otros que les adeudan aprovechando la situación pese a que les sería posible cumplir los compromisos. Pero la cuerda siempre se rompe por el lado más débil.
Son los problemas de los pequeños y medianos empresarios, los autónomos de nuestras culpas que sufren, resisten, aguantan y, finalmente, corren el riesgo de romperse entre el silencio general de quienes miran para otro lado y el sordo grito por una situación que ya pasa de castaño oscuro. Y es, cuando la Policía acude y verifica lo ocurrido, cuando aquél a quien le coge cerca termina escuchándole al agente una frase lapidaria que, de pura frialdad fraguada en la costumbre recién adquirida, produce tanto repelús como el propio suceso: "Uno más que se lleva la crisis".
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