Pongamos que hablo de un viernes cualquiera como éste, tontorrón y nubosete, en el que la 'feria' de una Justicia repleta de cositas de este tipo despunta aromas de hartazgo que empacha a quien, desde crío, pensaba en un juicio como el que imaginaba lo último, aquello de la picota en grado de resignación por algún tipo de atrevimiento tan gordo gordísimo que prácticamente condujera al cadalso. Debía ser cosa de cómo imaginaba uno entonces la cuestión del Juicio Final. El caso es que yo siempre pensé que los tribunales mejor reservarlos sólo para entonces, cuando el acabose de la vida terrena nos coloque ante la judicatura del Señor, que es dicho sea de paso aquella de la que más me fío.
O la Justicia es tan buena que localiza casos que antaño no salían a la luz o los políticos y otros seres públicos actuales son más malos malísimos de lo que lo fueran sus predecesores o la gente se ha acostumbrado a vivir entre togados y leguleyos o qué sé yo. Lo cierto es que me cansa semejante judicialización de la vida pública. Y, si aquello de "juicios tengas y los ganes" es histórico buen deseo formulado en la consideración de que mejor un juicio ganado que uno no celebrado, siempre nos cabe pensar que mejor el que no ha tenido lugar que el perdido. En fín, en cualquier caso que cada palo aguante su vela y cada vela su viento mientras yo preparo un informativo con amplio capítulo de tribunales.
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