Fue necesaria la amnistía dictada en 1969, al cumplirse las tres décadas del final del conflicto fratricida, para que muchos de ellos asomaran a la luz traumatizados por haberse convertido en muertos en vida.
'La trinchera infinita', laureada película que he podido ver el mismo día en que Netflix la estrenaba en su plataforma, retrata con exquisitez muchas de las sensaciones que debió generar aquella experiencia.
El miedo que llevó al zulo, la complicidad familiar, la vulnerabilidad de la mujer entre las mentiras y la indefensión, el fin de la guerra y el inicio de la segunda mundial, el Régimen que seguía pese a la victoria aliada...
Todo ello implica al espectador. Como también el cambio de actitud, con una España menos hambrienta, que comenzaba a ver en aquellas víctimas a auténticos cobardes. Cruda es la interpelación del hijo del protagonista.
Me gustan mucho en la interpretación tanto Antonio de la Torre como -ella sí obtuvo Goya- Belén Cuesta. Y me gustan los claroscuros y la ausencia de música y las conversaciones musitadas y la Andalucía rural a que huele.
Y voy a ser sincero. Todo ello me hace reflexionar sobre quienes deciden hoy en día, en unos extremos y en otros, ser atrincherados infinitos en esas posiciones ideológicas tan guerracivilistas que sufrimos.
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