Comenzaron el jueves pero, a decir verdad, no es hasta ahora que comience a notarlo. Quienes me conocen lo entienden. Quienes no quizá no tarden en hacerse cargo también de la situación. En la radio me dicen que hasta primeros de agosto. La Voz, por su parte, sigue esperando mis páginas dominicales. El Obispado, en pleno aterrizaje de don José, sigue requiriendo atención. Mi mujer ya tenía ganas de que pusiera orden en el despacho de casa. Mis hijos tenían también alguna petición que hacerme porque, es cierto, durante el año es tan difícil poder estar a todas... Hoy, sin embargo, me he dado el primer baño en la piscina del Club. Y semejante licencia, independientemente de lo que haya de llegar durante las próximas seis semanas, es tan inverosimil en mi agenda de previsiones habitual que como banderazo de salida no puede ser más emblemático. Llegaron mis vacaciones. Sin enjundia, sin profundidades, sin mayores explicaciones y, lo que es más importante, sin remedio. Inevitablemente. Y que se chinche a quien aún le tarden. Que ya me tocará a mí envidiarles cuando en pleno agosto me toque a mí aquello de la crisis post-vacacional. Mientras tanto, queda tanto para ello...
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