domingo, 7 de junio de 2009

Habemus episcopum


Si no hubieran entendido cómo he dejado pasar en blanco el 6 de junio, día importante donde los haya para la Diócesis, deben conocer, algo que imaginarán fácilmente, que desde que, aún de madrugada, me quedara esperando el texto definitivo de la alocución de Monseñor Mazuelos a la mañana siguiente y hasta que, veinticuatro horas después, me despidiera de los voluntarios con los que compartimos copa distendida para brindar por el nuevo obispo y celebrar lo bien que había salido todo no hubo ocasión alaguna para anotar en mi bitácora anotación alguna, por mínima que fuera.
Ahora ya celebró acción de gracias don José, y vi en los periódicos el reflejo que los compañeros dejan sobre papel prensa del acontecimiento (desde los que se quedaron cortos convencidos de que el Hércules daría primacía informativa al ascenso matemático del Xerez el mismo sábado hasta despliegues tan espléndidos como los de La Voz o Diario). Y en torno a mí comienza a hacerse un silencio largamente ansiado y nulo, verdaderamente, durante todo un mes de mayo en el que se han debido conciliar preparativos en el Obispado y Catedral, la Feria y la Romería del Rocío.
Todo pasó y todo comienza. Y aunque a continuación vuelco textos que señalan las virtudes del nuevo pastor diocesano asidonense quede esta primera constancia de mi estado de ánimo. Quede expresado con la famosa frase rociera, que como hace unos días apenas tuve tiempo de formularla ahora viene como anillo al dedo aplicado también a la post-ordenación episcopal y toma de posesión. ¿Que cómo me siento? Cansado pero contento, maravillosamente contento. Repito, sin embargo, es ahora cuando comienza todo. ¡Que sea para bien!

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