lunes, 1 de junio de 2009

Eduardo Espinar, guarda del Coto


El abandono de un caballo salvado de una muerte segura permitió, durante el Camino, el contacto con Eduardo Espinar, celador del Parque Nacional de Doñana como reza el rótulo de su pecho. El guarda del Coto, que es más castizo nombre para una responsabilidad a la que tanto respeto tienen los rocieros en general, es heredero de una trayectoria familiar que cumple ya su séptima generación. En la cola de la comitiva jerezana lo encontramos y el aviso a la reserva biológica no pudo tener más rápida respuesta con su llegada.
-¿Son muy comunes casos como éste del caballo abandonado?
-Los encontramos, sí, aunque, quizá, no en estados tan preocupantes. Suelen dejar caballos que no se encuentran bien y, si éstos no pueden seguir porque estén congestionados como éste, lo acercan en algún punto en el que haya agua y se aconseja que regresen a recogerlo con algún vehículo. Pero en las condiciones de éste, abandonado y atado a un árbol como están ustedes viéndolo, no es muy común. Si no lo ven ustedes no hubiera podido sobrevivir. Y eso no es tan normal. Puede aparecer algún caballo pero pronto ha aparecido normalmente el dueño, que se ha identificado a la Hermandad, y se ha ocupado de los costes de su retirada.
-Aunque ustedes, normalmente, no es con este tipo de animales con los que más trabajan en un lugar como éste son, seguro, personas muy adecuadas para darnos un consejo al respecto de la atención de los caballos en la Romería del Rocío. Dígame alguna.
-Primero, que hay que tener en cuenta que un caballo no es un vehículo, aunque sea tracción de sangre como se dice. Hay que cuidarlo como si fuera una persona. Si usted va andando por el Coto se tendrá que parar a tomar un respiro antes de continuar el Camino. Pues el caballo igual, sobre todo porque en general no están acostumbrados a andar por las arenas y en estas condiciones de calor sino a hacerlo en un picadero. Aquí el caballo se deshidrata. Hay que darles de beber y de comer correctamente. Nosotros trabajamos también a caballo y muchas veces salimos a trabajar a las seis de la mañana para que el caballo trabaje aliviado. Regalamos tres horas de nuestro trabajo si hace falta para ello.
-Deberían conocer los rocieros, por tanto, que somos una molestia real en el Parque. Nuestra presencia hace que ustedes se multipliquen, ¿no?
-No quiero decir que el paso de ustedes por el Coto nos dé lata. No en balde pasan por aquí muchos aficionados al caballo de verdad y se portan muy bien con los animales. Éste tipo de rociero se preocupa de que el caballo coma antes que él incluso. Pero, por desgracia, existe todavía otro tipo de trato a los animales. Y eso lo estamos viendo también estos días. Lo cierto es que algunos piensan más en sacar al caballo aquello que les ha costado y eso no puede ser.
-¿Tratan al animal en términos de rentabilidad?
-Claro, y eso no puede ser. Hay que mirar por ellos.
-Y si nos apartamos de mayo y de El Rocío, ¿cuál es su trabajo a lo largo del año?
-Pues hay un poco de todo: vigilancia del Parque, control de aves, seguimiento de nidificación dependiendo de las épocas (ahora tocan las rapaces), ahora empieza también la época de incendios y nos dedicamos a atender a la vigilancia en ese sentido... El trabajo nuestro es muy diverso.
-¿Es alto, en estos momentos, el riesgo de incendio en el Coto?
-Ya sí. El campo tiene mucho pasto y estos días de levante avivan cualquier colilla o cualquier otra chispa, mucho más que un día de calma o de fresco.
-Permítame, ahora para finalizar, un homenaje a tantos 'espinares' como han dedicado su vida a esto mismo que usted hace. ¿Siete generaciones ya?
-Yo hago la séptima generación. Mi familia siempre se ha dedicado a esto aunque no como se trabaja ahora sino viviendo aquí mismo y dedicando a ello las veinticuatro horas del día. Y así durante toda la vida.
-Gracias por tan rápida respuesta a nuestra llamada así como por atendernos a nosotros ahora.
-Gracias a ustedes por acordarse no sólo del cante, del baile y de lo bonito de El Rocío sino también de estos otros aspectos quizá no tan agradables del paso por Doñana.

(La Voz, 31-05-09)

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