Uno de los atractivos iniciales de las vacaciones consiste en el sillón-ball. Es una tentación peligrosa porque luego uno tiene la sensación desagradable de haber perdido el tiempo. Pero es tanto el stress acumulado que no hay quien se resista. Al menos recién tomadas. A esa sensación uno la de esos acontecimientos deportivos que cada junio, que es cuando suelen convocarse, entretienen tan especialmente durante esos momentos anclados al sofá. Y la tele se reservaba para estos días que acaban de quedar atrás una cosa rara que llaman Copa de Confederaciones. Aún recuerdo cómo hablaban en Tele 5 sobre la Selección Española de Fútbol como la mejor del mundo. Alguien ha sugerido que, tras la Eurocopa ganada, no se nos escapará el Mundial de Sudáfrica y, en el mismo lugar y un año antes, ya hacíamos las cuentas que nos llevarían a comenzar a ser temidos de cara al Campeonato del Mundo. Y acabaron con Italia, en esa victoria sorprendente de Estados Unidos sobre la otra aspirante a pasar a semifinales, Egipto. Y ya esperábamos el tú a tú que estábamos convencidos que mantendríamos frente a la Brasil de Kaká. ¡Ay, cuento de la lechera! Ea, pues a hacer las maletas, que llegaron los Bradley, Howard o el 'xerecista' Altidore y nos hicieron (anoche) un roto (0-2) en los egos tan cuajados de suficiencias futboleras de un tiempo a esta parte. No hay, en cualquier caso, un mal que por bien no venga: la vuelta de los fracasos de la Selección, tan habituales antes de esta racha de treinta y tantos partidos ganados, han agotado, en el hastío de aficionado que se creyó la milonga de 'La Roja' mi tentación al sillón-ball. ¡Qué suerte!
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