viernes, 5 de junio de 2009

El romero de Manolito


Los signos bendicen realidades como El Rocío al punto que consiguen que muchos los vean, con exagerada predisposición a creerlo así, como el sancta santorum de aquello en lo que creemos. Y algo parecido ha ocurrido siempre con las matas de romero. ¡Cómo llega a sobrevalorarse cada uno de sus brotes verdes! Y en el fondo está bien ese aprecio, que estos sí que pueden ayudarnos a salir adelante y no aquellos que alguien dijo ver al final del oscuro camino de la actual crisis. Un plus de fe es lo que está haciendo falta. Y los rocieros sí que venían cargados de ella. ¡Qué entrada la de la Hermandad del Rocío jerezana!
Pero ayer me faltaba quién más disputó siempre en defensa de cada una de esas matitas insignificantes. Y lo serían, sí, pero que a base de ir acumulando de aquí y de allí terminaba reuniendo el más prestigioso botín. ¡No estaba Manolito Mesa! ¡Cómo se echaba en falta! Tan recordado cuando las pasadas Cuaresma y Semana Santa fueron las primeras en notar la ausencia de su sencilla naturaleza, ahora vuelve a aparecer el recuerdo a falta de su abrazo, con infantil y gracioso egoismo, a ese mazo de romero que siempre conseguía llevarse a casa sin que nadie osase quitarle siquiera una brizna.
Él no entendía que el romero que traía la Hermandad recién llegada del Coto era para repartirlo y que cuanto más y mejor se distribuyera mejor se alcanzaba el sentido de semejante gesto simbólico. Y con todo, ¡qué más da! Él era así de sencillo para todo. Y sus trazas humanizaban sorprendentemente hasta los momentos más solemnes. Que se quedara con ese romero no era sino objeto, siempre, de apacibles sonrisas entre quienes bromeaban queriéndole quitarle alguna matita que otra. Y cuanto más lo abrazaba para defender su posesión más fragancia desprendía el oloroso arbusto doñanero.
Él conseguía sacar partido a cuanto llegaba a sus manos para, aunque fuera indirectamente, todos tuvieran algo de aquello que simboliza el romero. Las gracias de la Virgen llegan hasta Jerez tras la Romería de Pentecostés. Las glorias de la Señora del Rocío apuntan a permanencia entre nosotros. Las virtudes señeras de la Madre del Pastorcito Divino alumbrarán todo un año de esperanza puesta bajo el manto bendito de María Santísima. ¡Qué gozo más grande haber podido beber en el pocito de la Aldea para, desde el gaznate virtual de nuestro corazón poder humedecer ahora la seca tierra jerezana.
Pom, pom pom pom. Pom pom pom. Pom pom pom. Pipiiii piripipipi piripipiiiii... Vaya. Otra vez el pitero. Pero ahora no amanece la Romería. Es el último aliento de aquél que abre comitiva. Y no se trata de alarma alguna de mi teléfono móvil. Es real. En Cristina. La tracción animal, primero, y la mecánica, después, pasan ya ante la carreta del simpecado. Se despiden. El tamboril parece ir apagándose. El pito evidencia el cansino momento del adiós. Pasan los últimos coches. Ahora sí que se terminó todo. Para Manolito es Rocío eterno en aquellas 'Marismas Azules' que alguna vez fueron cantadas. Para nosotros... la espera.

(La Voz, 05-06-09)

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