sábado, 7 de marzo de 2009
Primer viernes de marzo
Ayer subía por Barranco entre abuelas, madres, hijas y nietas inusuales, a esa hora de la tarde, entre las collaciones del Arroyo y San Lucas. No podía ser verdad que el siglo XXI supiera tanto de fervores devocionales cuando tanta carne han puesto en el asador algunos -muchos, diría yo- para que superáramos esos 'vicios' del pasado, el opio del pueblo que decía Karl Marx.
La abuela explicaba a la nieta aquello del Señor caído. Pobre. Y la niña parecía entender el mensaje. Ufff. Menos mal, no nos la han secularizado aún. Al menos no lo suficiente, llegué a pensar como si de mi propia hija se tratara. Desde la calle Salvador llegaban otras a la altura de la plaza de Belén. Curioso, ni era Miércoles Santo ni tampoco uno de esos populosos lunes de todo el año.
La tarde estaba bonita ayer, cuando el primer viernes de marzo parecía no saber nada sobre el año al que pertenecía la jornada ni otras modas más dadas a olvidar aquello que nos reunía en San Lucas. A la puerta, en la calle, la mesa de claveles rojos, bajo el azulejo de la Virgen de los Dolores, era justificación sobrada para entender que, porque auguraba clientela, la convocatoria sería un éxito.
La devoción popular es una fuerza poco acostumbrada a darse por vencida ante las adversidades. La gente sencilla, al fin y al cabo, no busca sino respuestas del Cielo para sus propias dificultades. No piensan en el estado de salud de la fe colectiva, les basta con reconocerse en la suya, individual e intransferible, cuando, como es el caso, la crisis aprieta del modo que lo está haciendo.
Ya mediremos la muchedumbre que, llegada la Semana Santa, procesiona este año tras la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Salud en sus Tres Caídas. En cualquier caso, y mientras entro en el templo alfonsí en el que San Nicolás recibe las visitas semanales, el ambiente creado por la penumbra, las colas que salen hasta la calle bajo el azulejo del Señor y el tono general no engaña.
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