Quieren adoctrinar a mis hijos, y ello suplantando con descaro un conjunto de valores que me hacen sugerirles por ejemplo que la vida sexual es fruto del Amor con mayúsculas y no de la curiosidad. Ahora invitan a mi hija a prescindir de mi opinión en el caso de que se quedara embarazada, porque la nueva Ley del Aborto le permitiría decidir por sí misma aun siendo menor de edad.
Pese a lo que pienso al respecto aplastan mi derecho a educarlos como quiero por medio de planteamientos que orientan en un determinado sentido los contenidos de la asignatura Educación para la Ciudadanía. Y ello sin que valoren que la educación que me inspira la fe que confieso conlleva una solución mucho menos traumática al problema de los embarazos no deseados.
Ahora llega Bibiana Aido con su Ley bajo el brazo y la opinión de sus expertos. Y he de reconocer que me joroba que todo un Ministerio para la Igualdad no sepa promover el derecho a la vida. El informe de esos juristas y médicos -¿dónde están, por cierto, las opiniones de algunos jueces y facultativos que yo conozco y que ahora se estarán arañando?- llega hoy, en cualquier caso, al Consejo de Ministros.
No haría falta justificación alguna para acabar con un embarazo entre las primeras doce y catorce semanas. Pero es que, además, se pide la eliminación del límite de tiempo en caso de riesgo para la salud de la madre y hasta las veintidós o veinticuatro semanas -cuando el feto es viable fuera del útero materno- en caso de riesgo para la salud del bebé.
Y luego está lo de las niñas de dieciséis años, educadas en aquello propuesto desde la asignatura de la discordia y libres para hacer con su cuerpo lo que quieran cuando, en realidad, son bastante más inmaduras de lo que los hombres y mujeres de mi generación -quizá menos informados pero bastante más formados- hemos hecho gala siempre.
Se pueden ustedes imaginar que no tuve hijos para que me los educara el Estado como si estuviéramos hablando de una nueva república soviética o el régimen bananero de turno, y que, ante problemas como esos embarazos no deseados pero causados por el tono moral imperante, no tengan más recurso que el cuchillo jamonero para destrozar cuerpecitos indefensos.
Me crean un problema con la EpC, pese a las soluciones que apriori encontraba en mis propios principios morales, y me los quieren resolver también a su estilo, con el aborto más libre que hubiéramos podido imaginar. O sea, vuelven a agredir mis convicciones. Esto es escandaloso.
Pese a lo que pienso al respecto aplastan mi derecho a educarlos como quiero por medio de planteamientos que orientan en un determinado sentido los contenidos de la asignatura Educación para la Ciudadanía. Y ello sin que valoren que la educación que me inspira la fe que confieso conlleva una solución mucho menos traumática al problema de los embarazos no deseados.
Ahora llega Bibiana Aido con su Ley bajo el brazo y la opinión de sus expertos. Y he de reconocer que me joroba que todo un Ministerio para la Igualdad no sepa promover el derecho a la vida. El informe de esos juristas y médicos -¿dónde están, por cierto, las opiniones de algunos jueces y facultativos que yo conozco y que ahora se estarán arañando?- llega hoy, en cualquier caso, al Consejo de Ministros.
No haría falta justificación alguna para acabar con un embarazo entre las primeras doce y catorce semanas. Pero es que, además, se pide la eliminación del límite de tiempo en caso de riesgo para la salud de la madre y hasta las veintidós o veinticuatro semanas -cuando el feto es viable fuera del útero materno- en caso de riesgo para la salud del bebé.
Y luego está lo de las niñas de dieciséis años, educadas en aquello propuesto desde la asignatura de la discordia y libres para hacer con su cuerpo lo que quieran cuando, en realidad, son bastante más inmaduras de lo que los hombres y mujeres de mi generación -quizá menos informados pero bastante más formados- hemos hecho gala siempre.
Se pueden ustedes imaginar que no tuve hijos para que me los educara el Estado como si estuviéramos hablando de una nueva república soviética o el régimen bananero de turno, y que, ante problemas como esos embarazos no deseados pero causados por el tono moral imperante, no tengan más recurso que el cuchillo jamonero para destrozar cuerpecitos indefensos.
Me crean un problema con la EpC, pese a las soluciones que apriori encontraba en mis propios principios morales, y me los quieren resolver también a su estilo, con el aborto más libre que hubiéramos podido imaginar. O sea, vuelven a agredir mis convicciones. Esto es escandaloso.
Chapó, ami tambien me agreden...
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