Cada día de San Jorge hay un dígito que cambia en mi vida. Y el 56 al que llego dicen que es el número de las relaciones. Pero no cualesquiera. Eso leo. Y también que las relaciones implican compañerismo. Qué sé yo. A estas alturas de mi vida el excepticismo sí que es algo bastante inevitable.
"La vibración o esencia del compañerismo es esencial para que el número 56 sea lo que es". Me insisten. "La interacción con otros le permite resonar su plenitud". Sigo leyendo. Resonar mi plenitud? Qué resonante, no? El confinamiento lo magnifica todo. O eso creo decían los participantes de Gran Hermano.
Pero lo más importante, dadas las circunstancias, es que soplar velas en esta situación se corresponde con valorar más cada nuevo año de vida. Sobre todo cuando a diario se ven las cifras de muertos a causa de la pandemia. Reparar en ello, tras creernos diosillos, eso sí que que es plenitud resonada.
En conclusión, agradezco las muchas felicitaciones que llevo toda la mañana contestando, mi gratitud alcanza también los términos con los que considerar un regalo cada hito en mi camino -por edad y por ese extra de valoración a la que la situación invita-, y todo ello con el sereno gozo de la madurez.
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