No tardé en recordar las condiciones singulares de este año, el confinamiento de marras, el septenario virtual, la túnica sin limpieza ni plancha, la función de palmas on line, los mensajitos recordando el infortunio y, con todo ello, un día más... uno cualquiera.
Hasta que la sonrisa de la gente de casa, con la esperanza imponiéndose a la angustia, me convenció que vivir el Domingo de Ramos raro que tocaba no era necesariamente un drama. De hecho apenas se lamenta nadie. O quizá sea que no tengo oídos para quien lo haga.
Quizá hemos de aprender que penitencia es la negación de aquello que complace nuestro gozo inmediato. Y, en estas circunstancias, sintamos más apretura en el confinamiento que en el esparto, en las filas disueltas que en el cortejo exquisitamente formado.
Ella al fin y al cabo está. Al pie de la Cruz, como siempre. Y nosotros también estamos. Posiblemente más predispuesto a la crudeza de la Cruz que un Domingo de Ramos cualquiera. Será cosa de dar gracias a Dios por esta experiencia? Sí, lo será!
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