La sospecha de una situación postcoronavirus en la que no serán pocas las cosas que deban cambiar en nuestro día a día ha sido bautizada en el discurso político, el sanitario y poco a poco ocurrirá lo propio también en la calle. Y su nombre tiene un primer eco de necesaria prevención inmediata contra todo rebrote.
El distanciamiento social nos promete este próximo verano imágenes inauditas en las playas. Las mascarillas se han hecho ya hueco en el cajón de mis calcetines. El teletrabajo, la telesanidad y hasta los telecumpleaños hacen posible lo imposible en medio de un confinamiento asumido a regañadientes.
Pero la 'nueva normalidad' del mensaje que nos llega desde la esfera pública, un futuro difícilmente definible en sus detalles más allá del corto plazo, tiene un segundo eco que me acerca a películas en cuyo guión nos cuesta vernos. Se trata de todo aquello que iría más allá de los refuerzos de emergencia inmediata para la salud.
Comer en adelante en un restaurante como si estuviéramos haciendo un vis a vis carcelario, acostumbrarnos a no volver a saludar con besos ni abrazos, mantener ya para siempre esas líneas en el suelo que marcan la distancia con quién nos antecede en una cola, el rediseño del patio de butacas de un cine...
Hablando de cine: "La ciencia-ficción nos ofrece una ventana sociológica de exploración de las sociedades y sus miedos" dice Luis Miguel Ariza, autor del libro 'Vigilen los cielos'. Se trata de un divertido y reflexivo recorrido intelectual por las películas que ahora pasan por mi mente. El tiempo dirá hacia donde vamos.
'Wall-E', 'Ready Player One', 'Okja', 'Her', 'Snowpiercer', 'Los juegos del hambre' o 'Avatar' cuentan historias que ayudan a pensar mientras surcamos estos tiempos de cierta pérdida de nuestro día a día más comúnmente reconocible. Mucho más, de momento, que esas mamparas en el restaurante.
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