Tenemos pendientes, entre nuestras ambiciones viajeras puestas en solfa por el confinamiento, el encuentro, en algún país centroamericano, con esas civilizaciones precolombinas cuyas obras arquitectónicas quedaron un día sometidas y hoy cubiertas por la selva.
Me seduce comprobar cómo la desaparición de la presencia humana espolea a la naturaleza a recuperar espacios perdidos en su día a causa de nuestra acción. Esas pirámides invadidas por la vegetación me suscitan la relatividad de nuestras capacidades.
Los animales han aprovechado la situación provocada por la pandemia para invadir espacios que hasta ahora ocupaban las personas. Hasta la Real Federación Española de Caza ha solicitado que se declare su actividad como esencial para controlar este asunto.
Naturaleza ocupando aquello que un día fuera arrebatado por una de las especies en detrimento de casi todas las demás. Lo mismo, al fin y al cabo, que lo sugerido con las ruinas mayas o cualesquiera otras muestras del poder humano sobre el planeta.
No soy especialmente animalista pero sí sensible al desequilibrio al que sometemos a este rincón del Universo tan afortunadamente lleno de vida. Y nos tendrían que hacer pensar imágenes como las que estamos viendo en la tele. Igual es una de esas cosas que aprender estos días.
Mientras ellos, los animales, son llevados por su memoria ancestral a recuperar territorios que un día consideramos sólo nuestros, seguramente nosotros tengamos espacios no físicos que rescatar desde el recuerdo de aquello que hace tiempo dejamos de ser.
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