Es el sitio más visible de esta playa roteña. En el centro del arenal, las personas que bajan la escalinata desde la plaza entre la avenida de Sevilla y la calle de Higuereta se encuentran con la fiera. Y aunque no tiene sentido la presencia de un cocodrilo en La Costilla basta decir que, para ello, sólo hacen falta kilos y kilos de arena y tiempo que perder en reunirla, modelarla, colorearla y mostrar la obra para admiración de los bañistas y sorpresa, sobre todo, de los niños. Al rato de estar contemplando el trabajo, al que apenas si hay que reprocharle la crueldad que muestra al réptil con un brazo seccionado y sangriento cerca, sube, paseando desde el agua, un hombre de mediana edad, aire bohemio y un porro en la boca -mal ejemplo para aquellos menudos visitantes de la escultura, los críos, a los que, en el fondo, más llama la atención-. Se llama Carlos, es portugués y,a la vista está, todo un artista. Sabe que su cocodrilo tiene fecha de caducidad. Pero pese a lo efímero del trabajo, de momento, no renuncia a retocar cuanto se va estropeando. Aún puede verse.
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