
Es un asco esa dependencia del vil metal. Máxime cuando hay tanto que pagar. Los artesanos son los que bailan cuando llegan estas fechas, que al fin y al cabo son los que sufren las consecuencias de los pufillos que van retrasándose. O no, si, como cada vez es más habitual, se prevé convenientemente: «Y el pago más gordo te la hacemos en verano, fulano». Dice el hermano mayor conocedor de que es cuando llegan los urdores para salvarnos la pisada.
Ay, Dios, que cuando tu Hijo dijo aquello de «al César lo que es del César» parecía no darse cuenta de que, al final, se convertiría en mayor tajada. O, al menos, aquella que más distrae a estos sus cofrades. Con lo fácil que hubiera sido dejar todo artificio material. Vaya, pues, lo mejor de nuestra artesanía a mayor gloria de Cristo y María. Y vayan todos nuestros esfuerzos en favor de conseguirlo en nuestros pasos y cortejos.
Ahora será más fácil, si los 7.000 euros nos son suficientes, ocuparnos sólo del reino inmaterial. Pero, ay pobres de nosotros, el verano, quizá, nos haga darles vacaciones a Dios. Qué le vamos a hacer. Nos distanciaremos de la casa de hermandad. Y si nos quedamos en ella tal vez sea para cursar los pagos que, por obra y gracia de la explotación de los palcos, nos está permitido abordar. Qué le vamos a hacer.
Ya lo dejó escrito el letrista José Alfredo Jiménez: «Yo sé bien que estoy afuera, / pero el día que yo me muera / sé que tendrás que llorar. / Llorar y llorar. / Llorar y llorar. / Dirás que no me quisistes. / Pero vas a estar muy triste. / Y así te vas a quedar. / Con dinero y sin dinero / hago siempre lo que yo quiero / y mi palabra es la ley...» El muy canalla no dijo, sin embargo, que el protagonista del corrido jamás será tesorero de una hermandad.
(La Voz, 19-07-09)
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