No era hora de sentir la acidez, el aroma y el cuerpo del jugo de sus granos, por muy escogidos que estuvieran por el propio Juan Valdés. Era más bien hora del gintonic. Pero también es verdad que, si alguna vez creí que ayer acudía al Alcázar a disfrutar de una dulce noche de boleros, pronto sentí identificación en el punto canalla de Manolo Quijano. Y ello transformó la 'cafeína' presupuesta en el nombre de los susodichos en el punto amargo de la mejor de las ginebras.
El Alcázar jerezano se llenó hasta la bandera de señoras seducidas por el trío leonés, que les cantaba y contaba las vicisitudes del amor como el que charla con amigos y les confiesa, sin alardes, sus alegrías y sus penas. Pero a mí, además, me llevaron hasta la mismísima taberna del Buda, con Lola, Raquel y sus llaves, aquella otra que se fue a Brasil... Al mundo canalla que encarnan tan creíblemente y que, aún desde la elegancia externa e interna, es otro aval.
Viraron hace unos años, tras siete desaparecidos del panorama musical, hacia esos orígenes que les hizo niños descubridores de Armando Manzanero. Y ello sumado a su exquisitez como músicos, heredada ésta de su padre, les confiere un atinado perfume que reanima sorprendentemente la escena actual del bolero. Han encontrado ese nicho de mercado en el que saberse habitantes de por vida de un sitio menos voluble que el de un mero grupo más.
Trompeta con sordina soplada con aire cubano y chelo y batería en manos ajenas adoban la gira de su último disco, 'Orígenes. El bolero. Volumen 3'. Y las guitarras, el ukelele y el contrabajo al alcance de Manolo, Oscar y Raúl evidencian que estamos ante músicos de verdad, de escuela y esfuerzo. Todo lo completan las voces, especialmente la de su líder. Y el ocurrente primogénito sabe tirar del carro dando el sitio más digno a los hermanos.
Café Quijano regaló anoche a Jerez dos horas y media de un concierto memorable. Sabía que iba a disfrutar al fresco de la noche del alcazareño Patio de San Fernando. Lo que quizá no sabía es que conseguiría verme sumido en un mundo cuajado de esos caballerosos y sutiles acentos masculinos contados expresa y convenientemente a tanta señora madura dispuesta a creer todo aquello que la delicada y grave voz de Manolo tenía que contarles.
Y los hombres aprendimos a ser mejores transmisores de unos sentimientos que nos son comunes a ellas. Si una de las claves está en esa sublimación del puntito canalla que presumo comprenderemos en estos leoneses la posesión de una estrella que alumbra su senda de éxitos. Con todo, habrá que convenir que, además, son músicos de una pieza. Un gustazo para todos. Una delicia brindada por 'Las Noches de Verano'. Un buen comienzo de mis vacaciones.
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