miércoles, 25 de diciembre de 2013

Sueños incumplidos

Un admirado amigo es el que me recuerda la cita de Héctor Tassinari. Y a la hora en la que el Día de Navidad se nos escapa, como la arena de aquel puñado que entre los dedos encuentra la inevitable salida, es cuando me dejo embaucar inexorablemente por la convicción de este escritor mejicano: "Dios no te hubiera dado la capacidad de soñar sin darte también la posibilidad de convertir tus sueños en realidad".

Pero, convencido de ello, no dejo de pensar en cuantas cosas se han quedado en el camino de los anhelos (de las necesidades urgentes en tantos casos) cuando el año está tan cerca ya de concluir. El caso es que si uno apeteciera el oro y el moro ya haría tiempo que hubiera estimado que lo que no se me cumple es merecido castigo por avaricioso, por la pérfida intención de ambicionar lo que no debiera.

No puede sin embargo ser verdad la permanente negativa a la sencilla y nada pretenciosa felicidad que tan fácil resultaría desde los más cercanos si valorasen el interminable sobreesfuerzo de aquél al que están martirizando. No es posible contemplar la enquina como mecanismo de obcecado ataque contra la mano humilde que da de comer, ésa misma que luce tendida para apenas recibir más que el más gratuito pisoteo.

Es entonces cuando releo a Tassonari. Y encojo los hombros de la incertidumbre para convenir que algún día se abajarán impotentes frente el peso feroz de las dificultades gratuitas que, en plena época de desalientos, se suman innecesarias para hundir inmisericordemente al protagonista de la épica cotidiana silenciada por la humildad propia y por la desfachatez ajena. Llegado a ese punto... ¿cómo concluiré esta 'chicotá' de la vida?

La posibilidad de que mis sueños se hagan realidad han encontrado ya tanta carne puesta en el asador por mi parte que, al filo de la cincuentena, no me resta más que asumir la imposibilidad y denostar a quien, como decía aquél de la popular telerealidad, se empeña en ponerme la pierna encima. Y llego a la conclusión de no soñar más. Pese a la capacidad concedida desde lo alto. Pese a que Él es el dueño de mi vida.

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