domingo, 22 de diciembre de 2013

De mi Pregón de la Navidad de El Puerto - La fe

Gruta del Nacimiento de Jesús
Ha tenido la virtud la Navidad de atraer en torno a sí a personas tan diversas que, a fuerza de no exigírsele a nadie ojos cristianos con los que abordar la celebración, pudimos perder el sentido de la fiesta. Pero no dejará perder este pregón su vocación de ser un llamamiento para todos.

Y, sin embargo, si la Humanidad no mirara al que viene como alguien tan especial... ¿para qué montar la que montamos al llegar a estas fechas? Es imprescindible la fe en medio de una convocatoria a la que arribamos mientras deshojamos este calendario tan singular que el Adviento, con tres de las cuatro velas de su corona ya encendidas, nos propone.

Permitidme cuatro personajes que nos ayuden a ello. Dos ni siquiera tienen sitio en nuestros entrañables nacimientos. Pero sabe Dios que son imprescindibles en el entendimiento de cuanto la fe en el Niño de Belén nos depara. Son dos profetas. Los otros dos son la escolta viva del pesebre al que caminamos y que, aún vacío, ya proclama la venida.

Isaías es el primero. Vivió, ocho siglos antes de Cristo, tiempos tan difíciles que equipararlos en términos de injusticia social a situaciones que todos somos capaces de identificar hoy en día es muy fácil. Denunció codicia y opresiones e invitó a la conversión siempre desde la esperanza.

María, en su Purísima Concepción, fue la protagonista hace siete días del segundo domingo de Adviento. Su fiat es la mejor expresión de la fe humana. Y no podemos ser nosotros, abominando o sólamente orillándola de nuestras vidas, los que sembremos nuestra Navidad de la falta de esperanzas que entregara las fiestas al consumismo y poco más.

Hoy, tercer domingo de Adviento, toca de nuevo profeta. Considerado el último de ellos y precursor de la inminente llegada de su primo Jesús, Juan el Bautista, en este tiempo de esperanza, nos invita a ir al desierto,
a salir de nuestras ocupaciones y stress, de nuestras carreras, para emprender un serio camino de conversión y ser dignos del Esperado.

Confiemos el cuarto, aún por llegar, a San José. Menudo marrón el que le cayó en esta historia que nos llega. Pero vamos a ver... ¿alguna vez os habéis puesto en la tesitura de tener que creer, y eso sí que es tener fe, que ese niño que hacía crecer al vientre de la Virgen podía obedecer a otra cosa que no fuera lo que cualquiera de vosotros temería?

Un escalofrío dulce
al sur de Jerusalén,
un llanto desconsolado
de aquel niño de Belén,
una triste nochecita…
y en el pesebre un vaivén.

El aliento de una mula
junto al calor del buey,
para confort paja seca
y el manto de aquella fe
en el Dios de los judíos…
Poco más se pudo ver.

María no desespera
pero José… puede ser.
La maternidad ayuda
pero él… ¿padre por qué
si a la Virgen, por ser virgen,
no la conoció aquél?

Agarrado al palo yermo
y predispuesto a creer,
pendiente de todo, listo
para tan buen padre ser,
junto a Jesús y María
siempre solícito fue.

Pero la plácida luna,
Selene de plata e hiel,
alumbró incertidumbres
de difícil resolver,
resoplos y pensamientos
con ternura en ten con ten.

Mas cuando el niño duerme,
y su madre junto a él,
bajo el umbral de la cueva
asoma su candidez,
mira hacia el horizonte
el bonachón de José.

¿Qué te dicen las estrellas,
carpinterito fetén,
que procuran tu sonrisa
pese al terrible cartel
de una situación no honrosa
en varón de Nazaret?

Vistes crecer el vientre
de María mes a mes,
llegó el decreto romano
que os trajo hasta Belén,
la guasa del posadero,
el frío vino también…

Y aún en este portal
los tuvistes que meter,
entre bestias y alimañas
que más tarde agradecer…
Dime, dime, carpintero…
¿Y sonríes tú? ¿Por qué?

¿Qué esperanza te sostiene
en la hora del vaivén
de ese pesebre que adviertes
cuna de luz clara y bien?
¿Qué explicación te da el cielo,
que de Dios es anaquel?

Admirarte es tan poco,
mi venerado José,
que siento a todos en deuda
con el ilustre papel
que te fuera conferido
al sur de Jerusalén.

¡Llega, creedme, la hora
del recordatorio fiel
para el que guarda con celo
a ese Dios Niño Manuel!
¡Buscadlo en los nacimientos
y sabréis como fue!

¡Llega, sentidlo al instante,
el punto de enaltecer
al callado carpintero,
al entrañable José
de fortaleza de roble
y mesura de papel.

¡Llega, amigos, el momento
de sentirnos en la piel
de un hombre bueno y callado
que yo exalto porque es...
en el altar un ejemplo
y un padrazo en Belén!


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