Gruta del Nacimiento de Jesús |
Ha tenido la virtud
la Navidad de atraer en torno a sí a personas tan diversas que, a
fuerza de no exigírsele a nadie ojos cristianos con los que abordar
la celebración, pudimos perder el sentido de la fiesta. Pero no
dejará perder este pregón su vocación de ser un llamamiento para
todos.
Y, sin embargo, si
la Humanidad no mirara al que viene como alguien tan especial...
¿para qué montar la que montamos al llegar a estas fechas? Es
imprescindible la fe en medio de una convocatoria a la que arribamos
mientras deshojamos este calendario tan singular que el Adviento, con
tres de las cuatro velas de su corona ya encendidas, nos propone.
Permitidme cuatro
personajes que nos ayuden a ello. Dos ni siquiera tienen sitio en
nuestros entrañables nacimientos. Pero sabe Dios que son
imprescindibles en el entendimiento de cuanto la fe en el Niño de
Belén nos depara. Son dos profetas. Los otros dos son la escolta
viva del pesebre al que caminamos y que, aún vacío, ya proclama la
venida.
Isaías es el
primero. Vivió, ocho siglos antes de Cristo, tiempos tan difíciles
que equipararlos en términos de injusticia social a situaciones que
todos somos capaces de identificar hoy en día es muy fácil.
Denunció codicia y opresiones e invitó a la conversión siempre
desde la esperanza.
María, en su
Purísima Concepción, fue la protagonista hace siete días del
segundo domingo de Adviento. Su fiat es la mejor expresión de la fe
humana. Y no podemos ser nosotros, abominando o sólamente
orillándola de nuestras vidas, los que sembremos nuestra Navidad de
la falta de esperanzas que entregara las fiestas al consumismo y poco
más.
Hoy, tercer domingo
de Adviento, toca de nuevo profeta. Considerado el último de ellos y
precursor de la inminente llegada de su primo Jesús, Juan el
Bautista, en este tiempo de esperanza, nos invita a ir al desierto,
a
salir de nuestras ocupaciones y stress, de nuestras carreras, para
emprender un serio camino de conversión y ser dignos del Esperado.
Confiemos el cuarto,
aún por llegar, a San José. Menudo marrón el que le cayó en esta
historia que nos llega. Pero vamos a ver... ¿alguna vez os habéis
puesto en la tesitura de tener que creer, y eso sí que es tener fe,
que ese niño que hacía crecer al vientre de la Virgen podía
obedecer a otra cosa que no fuera lo que cualquiera de vosotros
temería?
Un
escalofrío dulce
al
sur de Jerusalén,
un
llanto desconsolado
de
aquel niño de Belén,
una
triste nochecita…
y
en el pesebre un vaivén.
El
aliento de una mula
junto
al calor del buey,
para
confort paja seca
y
el manto de aquella fe
en
el Dios de los judíos…
Poco
más se pudo ver.
María
no desespera
pero
José… puede ser.
La
maternidad ayuda
pero
él… ¿padre por qué
si
a la Virgen, por ser virgen,
no
la conoció aquél?
Agarrado
al palo yermo
y
predispuesto a creer,
pendiente
de todo, listo
para
tan buen padre ser,
junto
a Jesús y María
siempre
solícito fue.
Pero
la plácida luna,
Selene
de plata e hiel,
alumbró
incertidumbres
de
difícil resolver,
resoplos
y pensamientos
con
ternura en ten con ten.
Mas
cuando el niño duerme,
y
su madre junto a él,
bajo
el umbral de la cueva
asoma
su candidez,
mira
hacia el horizonte
el
bonachón de José.
¿Qué
te dicen las estrellas,
carpinterito
fetén,
que
procuran tu sonrisa
pese
al terrible cartel
de
una situación no honrosa
en
varón de Nazaret?
Vistes
crecer el vientre
de
María mes a mes,
llegó
el decreto romano
que
os trajo hasta Belén,
la
guasa del posadero,
el
frío vino también…
Y
aún en este portal
los
tuvistes que meter,
entre
bestias y alimañas
que
más tarde agradecer…
Dime,
dime, carpintero…
¿Y
sonríes tú? ¿Por qué?
¿Qué
esperanza te sostiene
en
la hora del vaivén
de
ese pesebre que adviertes
cuna
de luz clara y bien?
¿Qué
explicación te da el cielo,
que
de Dios es anaquel?
Admirarte
es tan poco,
mi
venerado José,
que
siento a todos en deuda
con
el ilustre papel
que
te fuera conferido
al
sur de Jerusalén.
¡Llega,
creedme, la hora
del
recordatorio fiel
para
el que guarda con celo
a
ese Dios Niño Manuel!
¡Buscadlo
en los nacimientos
y
sabréis como fue!
¡Llega,
sentidlo al instante,
el
punto de enaltecer
al
callado carpintero,
al
entrañable José
de
fortaleza de roble
y
mesura de papel.
¡Llega,
amigos, el momento
de
sentirnos en la piel
de
un hombre bueno y callado
que
yo exalto porque es...
en el altar un ejemplo
y un padrazo en Belén!
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