jueves, 19 de diciembre de 2013

De mi Pregón de la Navidad de El Puerto - La memoria


Es la Navidad tiempo de melancolías. Junto a las mayores alegrías siempre son colocadas las tristezas más notables. Todo ello entra en el crisol que funde cuantos elementos la nutren. Y es la memoria la culpable. Sin lugar a dudas. Es la evocación de todo lo que merece la pena, es la puesta de relieve de cuanto nos pasó en la vida, es la máquina del tiempo que vuelve a hacernos cruzar experiencias, es la ocasión segura de que no falte nadie a la cita. Todo eso y más es la Navidad.

Si nos tomáramos un solo instante para analizar cómo serían las cosas si no tuviéramos memoria convendríamos que nuestra vida sería un desastre, no sabríamos nada, ni siquiera seríamos capaces de utilizar un lenguaje cualesquiera, no seríamos capaces de aprender más que por la experiencia y el instinto, habríamos perdido una de las esencias de nuestra condición de hombres y mujeres. Dejar de codificar, almacenar y recuperar información es olvidar qué significaron para nosotros estos días.

Días tanto para recordar a los seres queridos que ya no están o los familiares y amigos que están lejos, por ejemplo, como para que lleguen a nuestra mente aquellos momentos en los que se fraguan siempre algunos de los instantes más felices de nuestras vidas, las fiestas navideñas concurren siempre a nuestro encuentro para convertirse en aldaba que llama a la memoria a que no se deje guardada ninguna de las emociones que, por buenas o malas que fueran, es necesario desempolvar.

Así, si el fundamento apela siempre a compromisos confesionales toda vez que nadie, ni agnósticos ni ateos siquiera, pueden ocultar que la fiesta es lo que es más allá de retorcidos empeños que a lo largo de la Historia han existido de convertirla en tributo al solsticio de invierno... insisto, si el fundamento está marcado por los hechos de Belén, la memoria es un ejercicio eminentemente humano, el mecanismo que convierte cada Navidad en la oportunidad de sentir los recuerdos en un rincón del alma...

En un rincón del alma
de aparente oscuridad,
siempre brilla la memoria
que reverdece historias
de mi mejor Navidad.

En un rincón del alma,
los luceros de la edad
alumbran la trayectoria
que es tan fiel recordatoria
de una herencia de verdad.

En un rincón del alma,
un poyete es heredad
que acogió toda la gloria
sobre serrín en la euforia
que de niños se es capaz.

En un rincón del alma,
las figuras sonreirán
gratitudes laudatorias
que confiesan la victoria
imposible de olvidar.

En un rincón del alma,
aquel padre alentará
desde el pasillo del cielo
la labor que con tal celo
belenista era su afán.

En un rincón del alma
de aparente oscuridad,
siempre brilla la memoria
que reverdece historias
de mi mejor Navidad.

Y en un rincón del alma
una abuela busca ya
el villancico que sabe,
la copla que tanto vale.
¡Un silencio y a escuchar!

En un rincón del alma,
su Calle de San Francisco
es un himno navideño
con sabor y más empeño
que si ponemos un disco.

En un rincón del alma,
voz gastada y claridad
se suman con donosura
para sentir la estatura
de este momento simpar.

En un rincón del alma
cada sílaba es cabal,
y el verso al cantarse
como si resucitase
contribuye al memorial.

¡En un rincón del alma
de aparente oscuridad,
siempre brilla la memoria
que reverdece historias
de mi mejor Navidad!

Sea misión del pregonero
exaltarlo aquí y ahora:
¡¡La mejor es la postrera
porque suma las quimeras...
que mis versos rememoran!!

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