Foto de Javier Fernández |
El runrún del rezo del rosario recibe la caída de la tarde ante las reliquias de San Juan Grande. Entre el puñadito de fieles que ocupan el santuario, Antonia Castro ya ni siquiera llama la atención. Ni por su riguroso luto ni por las señales que marcan en el rostro el envejecimiento prematuro por dolor tan inabarcable. Es habitual en esos bancos de madera en los que ha dejado, durante 15 años, todas las lágrimas que eran posibles derramar.
Mañana lunes se cumplirá el aniversario de la razón de esa angustia. El asesinato de su hijo, Juan Holgado, sigue haciéndole formular preguntas y acusaciones a partes iguales. Ahora le inquieta el interés de otro de sus hijos por acudir a un conocido programa de televisión en el que una médium promete el contacto con el más allá: «Ya le he dicho que yo no quiero ir», dice. A ella le aguarda, en cambio, Juan y Medio. Será tras una mañana de cementerio, misa en San Juan de Letrán y «un par de mis gritos a la puerta del Ayuntamiento».María del Mar, su hija que tanto ha sufrido en su salud –incluso la mental– las secuelas de aquella treintena de cuchilladas que Juan recibió la noche del 22 de noviembre de 1995 en la gasolinera de Martín Ferrador en la que trabajaba, mira a su madre y escucha sus explicaciones. «Pedí a su hermano, por la mañana, que mantuviera corridas las persianas, que Juan había estado de turno toda la noche. Pero me dijo que no estaba en la cama», recuerda. Y añade: «Poco después me llamó la Policía Local».
Sin que ya se le cambie apenas la cara con tan amargo recuerdo, evoca la fe que se ha convertido en clavo ardiendo al que asirse y que ahora la mantiene reticente ante el patrón de lo imposible: «Lo mataron un miércoles, el día de San Judas, al que tanto pedía antes en San Francisco por él y por sus hermanos». También le parece imposible que, tras dos juicios (1999 y 2003), los cuatro enjuiciados sigan sin ser penados por unos hechos cuya culpabilidad dice tener muy clara: «Eso lo sabemos nosotros, lo sabe la Policía y lo sabe mucha gente».
Del primer juicio señala la sorpresa de Juan Pedro Cosano, su abogado entonces, cuando los imputados fueron absueltos. El letrado dijo, como recuerda Antonia, «que como el segundo salga igual ponía a Jerez en pie». «Cosano tiene que saber algo gordo», insiste. El segundo juicio lo define de modo más rotundo: «Aquello parecía el Teatro Falla». En carnaval, se entiende.
Su proyecto de vida, al menos para el siguiente lustro, está claro. «Me quedan cinco años para que prescriba el caso y los voy a agotar totalmente para que se haga justicia», apunta con rotundidad. «Son quince años y no tenemos nada». No se lo puede creer existiendo trece huellas y la sangre de un implicado: «¿Qué pasa, que fue un extraterrestre el que hizo esta perrería?».
Olvidando ya los errores en la recogida de pruebas o aquellos otros achacables a la instrucción, es entonces cuando aparecen sus acusaciones contra el Nano de Jerez, a quien atribuye que pasara esa madrugada por la gasolinera y saliera despavorido y sin llamar a nadie: «¡Si hubiera tenido dos cojones lo hubiera salvado, aún estaba vivo!».
La llegada de dos nietos –aunque no le hayan puesto al varón el nombre de su tío Juan– ha sido su única alegría a lo largo de estos 15 años. Pocas más se ha permitido ni se permitirá en adelante. «Mi hija me dice que me pinte, que me arregle, pero no se me apetece». Y es lógico.
Escaso apoyo de Jerez
«Ya yo no le puedo pedir nada a Jerez», dice Antonia Castro con profundo lamento. Quizá es por ello que ha descartado, desde un primer momento, cualquier posible manifestación para el día de mañana. En la hora de hacer recuento, desde luego, dice tenerlo muy claro: «Yo he contado con muy poquita gente desde el primer momento, se pueden contar con los dedos de una mano». No evita un recuerdo para el caso del niño Marcos Carribero, y se alegra del apoyo que está recibiendo, pero «yo en 15 años he ido viendo como la gente se me ha ido apartando, incluso la familia». Y sigue: «Ni el Defensor del Pueblo, ni los sindicatos, ni la alcaldesa...».
(La Voz, 21-Noviembre-2010)
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