martes, 9 de noviembre de 2010

Sáhara marroquí, por narices

Resultado del ataque marroquí a un campamento saharahui
He visto, como foto del usuario en una conocida red social de mi amigo y compañero Germán Fonteseca, la bandera del Frente Polisario silueteada por los límites de ese territorio, español hasta 1975, que un día dejamos abandonado a manos de la barbarie. De ningún otro modo lógico se me ocurre calificar lo que veo desde que Marruecos decidió aquella Marcha Verde con que convirtió la ocupación en pic-nic popular con el que merendarse el Sáhara Occidental. Pero lo último, y la foto es una evidencia, no tiene nombre.
El bueno de Germán, de padre militar, vivió en aquellos territorios. Su cariño a la zona y a la lucha de sus gentes está amparado por la experiencia que tiene in situ. A mí me traslada a esas Vacaciones en Paz que me han permitido ver pasar por nuestra ciudad, gracias a la acción de ONGs especializadas en ello como Amirahui, a decenas y decenas de chavales y chavalas que descubrieron que, por medio de un mecanismo metálico (un grifo), puede salir agua de la pared. O simplemento curaron o aliviaron sus enfermedades.
Yo tenía once añillos cuando murió Franco y disfrutamos el advenimiento de la Democracia. Sendas citas con la historia hicieron indeleble la memoria de estas acontecimientos centrales y de cuantos otros fueron fleco de aquel cambio de escenario político que, desgraciadamente para nuestra antigua colonia, también lo fue del horizonte de vida de unos pobladores de la zona que cumplen ahora 35 años de sufrimiento impresentablemente contemplado por un orden internacional incapaz de poner en su sitio a Marruecos.
Aún leo en algún blog ciertos subterfugios literarios que, aunque dejen caer su denuncia -más contra la actuación contra los periodistas que lo que de están produciendo contra el dolorido pueblo saharahui-, demuestran su interés por justificar la visión marroquí sobre el Sáhara. No me gusta el color que toma el asunto. No me gusta en qué se está convirtiendo lo que comenzó con aquella verbena en medio del desierto que mis ojos de crío veían en la tele en blanco y negro. Lástima que la llegada del color nos sigue enseñando lo mismo.
Eso sí, en alta definición.

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