Hoy es día de San Pedro y San Pablo y tengo un interesante puñado de personas a las que felicitar. Y no todos llevan esos nombres. Tambien recuerdo ahora a quienes han hecho posible una labor que, a niveles universales, apenas ha encontrado parangón por mucho que no faltan administraciones públicas o entidades civiles empeñadas en ningunearla.
El 29 de junio de 1980 se leyeron las bulas con las que Juan Pablo II recién llegado al pontificado, y santo a día de hoy, erigía este territorio en diócesis asidonense jerezana. La memoria del obispo que con sede en Medina llegó a Jerez huído en medio de la ocupación árabe del siglo VIII ancló formalmente esta 'joven' Iglesia local en los siglos de fe cristiana que ya tenía mucho recorrido antes de la erección.
35 años no son nada. Y, sin embargo, con oración y acción por los demás, con aciertos y errores, con curas y laicos, con propios y extraños, con miradas al cielo y por supuesto que también a esos rincones de la tierra que lo necesitan, se han hecho muchas cosas a lo largo de los tres episcopados que se han reunido en este tiempo, sin autocomplacencias pero con satisfacciones.
Así, si hoy en día llega el reconocídisimo papa Francisco invitándonos a las periferias de la vida en medio del jubilo generalizado ya nosotros tuvimos un obispo de extremos en su entrega y de testimonio entonces, cuando había todavía mucho que esperar aún de la política. Jamás se olvidará en esta tierra a don Rafael. Y mucho que se malentendió al ejemplar Bellido Caro.
Por razones distintas también fue a veces intencionadamente cuestionado don Juan. Del Río Martín se percató que el crecimiento de la labor pastoral requería de una infraestructura que lo permitiese y aún se recuerda en el lugar el goloso deseo de Bertemati que tuvo un alcalde en cuyo gobierno no faltaron voces infamadoras que ahora da bochorno recordar.
Don José asienta empeños, templa la acción eclesial y vertebra en el territorio (pregúntese en la Sierra) una labor sin alharacas que sigue generando el bien. A Mazuelos Pérez toca bregar con otros zarandeos de una sociedad convulsa que aún tendrá que aprender que la laicidad no es acallar la voz de nadie. Que esto se llama laicismo y termina siendo un totalitarismo como otro cualquiera.
Y tampoco olvidamos en día como éste a vicarios que tomaron decisiones, a delegados diocesanos que particularizaron en un área la presencia eclesial, a un laicado en general entregado o aun ausente de compromisos pero conocedores que siempre tienen cerca un referente al que asirse, a curas en parroquias llenas de asuntos pendientes, a orantes y laborantes religiosas y religiosos...
Hoy precisamente tomará posesión, en la Casa de la Iglesia, el Consejo del Presbiterio que, tras elecciones entre los sacerdotes en mayo pasado, pone en evidencia dos grandes descubrimientos para muchos que me leen ahora: que el obispo no toma las decisiones en solitario y que aquellos que forman parte de este órgano de gobierno también son elegidos por los propios sacerdotes.
La barca de Pedro, ese tozudo del que celebramos hoy su día, no es más recia que otras que ya volcaron a lo largo de la historia del hombre sobre el mar proceloso de los cambios ideológicos o de otro tipo. Pero, a la fe, esperanza y caridad que ahora y siempre son viento que sopla en sus velas, se suma que el Timonel tiene mucho más 'oficio' que aquellos que se empeñan en negarlo.
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