Dicen que hubo noche tensa en torno a los concejales socialistas en el Ayuntamiento de Jerez así como que, también anoche, no eran pocos los asesores que lo sufrían en silencio en casa, y no eran hemorroides. Pilar Sánchez, quien al final se da hasta el viernes para tomar medidas, tiene una pelota en el tejado pero hace mal no cogiendo el toro por los cuernos. Aún se recuerda con encono que llegara a decir, la alcaldesa, aquello de "¡yo no voy a ser la mala!" Alguien próximo a mi entorno dice, entre el desparpajo y el encabronamiento "¿y a quién pagamos para ello si no a ella?"
María José García-Pelayo, en el Partido Popular ya se funciona con sensatez de gobernante, comenzará en breve una ronda de contactos anunciada en la mañana de hoy con representantes de los mil y pico trabajadores de las empresas concesionarias que sufren los impagos municipales. Si a ello unimos los alrededor de setecientos de la propia del Ayuntamiento que aún no han percibido sus nóminas de marzo la cosa de pone trágica. Menos mal que las cifras del paro conocidas hoy desvelan que doscientos puestos de trabajo nuevos, enmedio de este patio, son una verdadera delicia.
Pero la Casa Consistorial está a punto de reventar. Nadie puede calificar de otro modo el estado de cosas que sufrimos los jerezanos. Y bien que lo siento. De corazón. Pero esto ya no hay quien lo arregle sin drama. Y si la alcaldesa espera que su sonrisa impostada es suficiente -¡cuánto me recuerda esa cierta lasitud de Zapatero!- hemos de concluir que el problema que tiene Jerez es aún mayor. No en balde nadie está para sonrisas gratuitas. Y la de ella tiene el insoportable aroma de quien estuviera convencido de que aquí no pasa nada. Sí pasa, Pilar. Y hace ya tiempo de ello.
Y pasa que la ciudad está siendo destrozada por el manifiesto mal gasto de unos planes gubernamentales que ya pudieron dirigirse a ayudar -un poner- a autónomos que crearan empleo. Y pasa, también, que la pasividad del Gobierno local ya pasaba de castaño oscuro antes de que Pilar decidiera darse más tiempo para decidir algo. Y pasa, igualmente, que la tragedia llega a cotas personales y familiares de normalidad socio-laboral hasta hace no mucho consolidadas lo que, a mi juicio, provoca que no sean -seamos- pocos quienes estemos viendo acercarse el límite de aguante.
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