Eso es lo que ha ocurrido con Antonio Merino Mampel quien amortajado cayó con la túnica del Santo Crucifijo de la Salud antes de que, con ella, pudiera salir camino de San Miguel para incorporarse a las filas de ruán negro. Y es muy fuerte. Por la muerte, por tratarse de alguien tan conocido y apreciado, por ocurrir en el momento en que ha ocurrido, con la edad en cuestión y en medio de la única madrugada en la que algo así se convierte en tristeza que purgar, como almas en pena, por tantas personas dispuestas a sufrir la pérdida aunque no lo hubieran conocido. Roza la épica de un carácter, el cofrade, que, con ejemplos como éste, supera cotas de trascendencia.
Resulta tan increíble todo ello a la vez que, recién llegado a la radio tras los Oficios del Viernes Santo y adorada la Cruz como marca el rito de la jornada y como dictan sístoles y diástoles de un corazón creyente y ahora conmovido de forma extraordinaria, no he podido evitar ponerme a escribir esto entre al ánimo de homenaje al finado, ahora que su otra cofradía (la del Cristo de la Expiración, la familiar) está llegando a la Carrera Oficial, y también el tratamiento terapéutico contra un shok del que, cuanto más tiempo tienes para pensarlo, menos pareces salir. Sorprendente. Increíble. Inenarrable. Y a la vez ejemplar aunque rara vez haya mérito propio en las circunstancias de la muerte.
Descansa en paz, Nono Merino. Descansa en paz que, quienes ahora le damos vueltas a todo ello, no podemos. Al menos hasta que ahora me encuentro con tu Cristo de la Expiración. Quizá él me lo explique. Seguro que él me consuela. O quizá espera a que acuda mañana, Sábado Santo, a San Telmo. Allí será su funeral a las seis de la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario