Libertad enmedio del mundo, independencia ante los demás, velocidad como aliento, identidad frente a la falta de personalidad, cura contra el stress, comodidad contra la masificación...
Todo eso encuentro en la moto. Y la mía, una humilde 125 cc, siendo todo ello no representa tanto, quizá, lo que otras muchas que ahora llegan a Jerez con el ánimo de disfrutar del Gran Premio.
Y con todo, apunta maneras mi 'balita roja' cuando, por la Avenida de Arcos o Ronda de los Alunados, Madre de Dios o Empedrada, San Agustín o El Arroyo, me alumbra sensaciones.
Tan atrás quedaron los empeños en disponer de coche, aquellos con los que se engalanaban los entusiasmos de aquel veinteañero que fui, que me considero más joven sobrepasados los 46.
La moto es el mejor modo de integración con el urbanita Jerez que podía haber encontrado jamás. Jamás pensé que el reencuentro motero de hace cuatro años sería tan gratificante.
Sea ahora que se nos vuelven a llenar las calles de los anuales visitantes de las dos ruedas cuando formule, mal que me pese el agobio que me entra entre tan masificada cita, mi satisfacción.
A los que llegan llegue mi bienvenida. A lo que ya éramos -moteros en la geografía cotidiana de la ciudad- sea mi palabra un guiño de complicidad. Ellos conocen bien esto de lo que hoy hablo.
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