Sabe Dios que yo venía hecho a que la caridad encontrara todo el sitio posible en mi corazón durante esta experiencia. Y respecto al asunto de despachar el Camino en poco más de 100 kilómetros ya adornaba de comprensiones generosas cada rincón de mi alma. No tendrán tiempo para más. Quizá les falte fuelle para un esfuerzo mayor. La cantidad no es siempre garantía de calidad para el peregrino. Ya veis, dispuesto a disculparlo todo.
El caso es que, tras la lluviosa noche en Sarria, la mañana nos ha regalado varias cosas antes de salir de esta población con enclave tan estratégico en el Camino de Santiago. La primera, una vista del monasterio mercedario que, aunque con horarios de apertura muy apartados de los usos de quienes hemos de salir mucho más pronto para afrontar la nueva etapa, nos permitió la osadía de una llamada a la puerta a horas impropias, soportar el ceño fruncido lógico de quien nos abría y proclamar nuestra condición jerezana y, por tanto, tal devoción a quien es nuestra Patrona.
Miel sobre hojuelas, sello mercedario para nuestras credenciales y recorrido que, en dirección a la iglesia, nos ha ayudado a encontrar la esencia del Camino a través de una exposición en torno a su precioso claustro. 'Caminos entrelazados', que es su nombre, nos ha permitido profundizar por la vía de imágenes de refugiados e inmigrantes en general en sus respectivos caminos del siglo XXI y también por medio de textos del Papa Francisco, Pablo Coelho o León Felipe.
Pero dije que los regalos de Sarria al inicio de la novena etapa eran varios y no merodeo, como como achacan al carácter gallego, sino que voy al grano. El otro encuentro de la mañana, pese a que las buenas intenciones iniciales invitarían a entenderlo todo, ha generado un cierto desasosiego. Hay quienes lo llaman 'turigrinos', otros 'pilgrimpijos'. Es verdad que este tipo de personas, que intenta apartarse del sufrimiento pese a que ello hace más elogiosos los momentos de gloria, no parten todos de Sarria.
Ya íbamos viendo, por ejemplo, sospechosos montones de mochilas a la salida de los albergues aún en el caso de que fuéramos prácticamente los últimos en abandonarlos por la mañana. Correos también peregrina. Y hace caja a costa de aquellos endebles de espíritu más que de fuerzas que pasan de llevar ocho o diez kilos a la espalda durante veintitantos kilómetros de una etapa.
Ello hace posible que la indumentaria pueda permitirse ciertas licencias. Es así como se lucen quienes analizan a veces a quienes optamos por un compromiso mayor de un modo grotesco. Y eso tiene una ventaja: a Carmen y a mí a veces nos da fuerzas en las piernas para distanciarnos de estos grupos. Si no cupiera todo en el Camino no podríamos considerarlo oportuna metáfora para quienes, al fin y al cabo, no somos sino peregrinos de la vida.
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