El páramo leonés parece estirar el Camino. En su llanura asoma el maíz pero la arboleda deseada no aparece. El calor aprieta, la linealidad dictada por la propia carretera es inmisericorde y los kilómetros ya andados castigan al alcanzar Villadangos. Apenas son las cinco de la tarde y había que tener ganas de detenerse, en plena calle Real, para que la panadería que sella credenciales del peregrino hiciera lo propio colocándonos el que sería cuarto testimonio que apuntar para la obtención de la compostela, si consideramos que a la entrada en el albergue de San Martín del Camino llegaría uno más como así fue.
Todo empezó cuando el cura de San Isidoro, aún en León, se convirtiera de puro agasajo a Carmen y a mí en cuna que meciera nuestros sueños con Santiago. Día de santos pues. Y de la Virgen, Santa María del Camino. La Patrona leonesa tiene santuario de fachada modernista, vanguardista si se nos pide ser más precisos en la consideración. El arquitecto Subirats hizo la reforma que, en los años setenta, puso vidrieras (cuenta León con fábrica así como el referente de las de la Catedral) y apostolado estilizado.
A siete kilómetros del centro, éste otro templo, custodiado por los dominicos, me regaló el trato de otro eclesiástico del que también celebrar su aparición en escena. Revestido con el hábito de la Orden de Predicadores, fue con su aire despistado complaciente anfitrión de la segunda referencia en la credencial. Bendecidos ya íbamos por el sacerdote de San Isidoro, así que bastaba, tras la misa ante la Patrona, buscar su sello para colocarlo tras el del ejemplar templo románico anterior.
También ha sido día de nombres propios. Y lo cierto es que nadie como Isabel. Saliendo de los polígonos industriales, y tras pasar por San Andrés de Rabanedo y Trobajo, se cruzó con nosotros para brindarnos los buenos deseos más efusivos recibidos hasta el momento. Nosotros, predispuestos siempre a la interlocución, a la empatía, al trato directo, no éramos capaces sin embargo a otra cosa que no fuera admirarnos por la actitud de esta señora que, a sus probables sesenta y tantos años, regresó a nuestro encuentro.
Nosotros? Por qué nosotros? Tanto se nos notaban las albricias ante semejante reto que aún comenzábamos! E Isabel nos acompañó, nos contó ilusiones para decirnos que espera repetir Camino y que nosotros le provocábamos emoción. Nos animó mientras, sin detener nuestra marcha, intercambiábamos impresiones sobre tanto ir y venir de peregrinos que, mochilas en ristre, se convertirían en compañeros a ratos durante nuestra marcha. Ella se ocupó de llevarnos, casi de la mano, hasta el Santuario de la Virgen del Camino.
A Ella me he encomendado cuando, mientras recopilaba estos recuerdos al finalizar la etapa, Carmen me ha enseñado sus pies. Sendas ampollas en los meñiques me han puesto en la tesitura de revestirme de atento hospitalero que, como sastre de la salud, ha debido tomar aguja e hilo para, empapados en betadine, permitir el vaciado de estas molestas vejigas y el drenado y cicatrización del daño en cuestión.
Italianos, alemanes, alicantinos, burgaleses, asiáticas... han cruzado sus deseos con los nuestros a lo largo de un día denso en el que el páramo leonés, con su maíz, sin la deseada arboleda, con sus aves protegidas y el sol de justicia, nos ha puesto a prueba ya en el primer día de nuestro Camino de Santiago, éste en el que el Señor me ha permitido el retrato de esa estampa deliciosa en la que la siesta de mi peregrina, en un puente bajo la carretera hacia San Martín del Camino, describe como pocas escenas la verdad del feliz cansancio jacobeo.
Ultreia et suseia. Hacia adelante y hacia arriba. Por siempre y ya desde este primer día de nuestro Camino de Santiago. Pese al calor y las ampollas.
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