Ha sido al paso por Murías de Redivaldo, Santa Catalina de Somoza y El Ganso que la tableta de marras ha ido cayendo en parte. El resto quedó en el albergue de Foncebadón. Ya veis que, en nombres de pueblos, León es capaz de lo más sublime de la mano de nombres de santo o nomenclaturas con rancias reminiscencias medievales o de lo más enigmático con esa ave en un rótulo al que regalamos una sonrisa porque topárnoslo significa, al fin y al cabo, que seguimos avanzando.
Al contrario que el anterior, en este caso no podíamos presumir un inicio prometedor. Cuatro ampollas en mis pies y dos en los de Carmen daban, entonces, para pocas alegrías. Sería el caso del planteamiento contrario? La generación de esos daños para nuestros pies al final de la jornada anterior podía hacernos pensar que lo que mal empieza bien acaba? Velas al Ecce Homo de Valdeviejas, a la salida de Astorga, por si acaso.
Y el primer sello de un día nuevo en este periplo jacobeo tan cuajado de sugerencias. También ello estampándonos la credencial en este lugar con encanto maragato que, junto al propio de la ermita coqueta e invitadora a la piedad, tendría para esta pareja peregrina nuevo orgullo impreso además del que en Foncebadón nos espera para poner colofón al día. Antes, el de Rabanal del Camino, a seis kilómetros del final.
Esta tercera jornada de nuestro empeño compostelano afrontaba tramos más bellos así como la incorporación de la montaña. Un nuevo ciclo geográfico, dicen. Tierra de leyendas y misterios en cualquier caso me señalan. Tiempo de preguntarse qué hacen tantas cruces en el vallado del tortuoso último tramo antes de alcanzar Rabanal y almorzar.
No paramos de recibir recomendaciones para que cese la etapa en este pueblo en el que brillan su ermita del Cristo de la Vera Cruz, de encantador románico que aún observa un cierto perfume templario en la de Santa María o que dispone de lugares recomendables para comer. Nada de eso es lo que justifica la sugerencia. Más bien la idea de un tramo de por sí largo desde Astorga que, con todo, sólo añade seis kilómetros hasta llegar a la cima. Pero eso no significa que se caminen en un plisplás.
Menudas pendientes. Repechos en los que la roca de pizarra gana la batalla al suelo fértil. Incluso a la mera pista de tierra. Pero... y si hacer ese último esfuerzo nos evita para mañana una jornada de más de treinta kilómetros y, lo que es peor, comenzarla con esos seis kilómetros que, fundidos como íbamos, hemos tardado casi dos horas en salvar? Nosotros no contemplábamos la incertidumbre. Y no sólo por los argumentos ya expuestos.
También estaba la reserva hecha en un albergue sencillo y con cierto aire alternativo de nombre sugerente: 'La Posada del Druida'. Manos a la obra pues, a no arrugarse y no temer llegar más tarde de la hora a la que nos hubiera gustado. Total, tiene su encanto la caída de la tarde en la montaña. Pero casi 1.500 metros de altitud nos aguardaban. Desde ahí, eso sí, soñamos ya con la vecina Cruz del Hierro y ese rodar hacia abajo, en dirección a Ponferrada, que nos aguardan al día siguiente.
Las piedras se amontonan a mis espaldas otorgando hoy a mi improvisado escritorio de madera, en un patio escueto pero suficiente, el aspecto que conviene y marida tan excepcionalmente con el aire puro que respiro. Respiramos profundamente Carmen y yo. No en balde le estamos tomando la medida al Camino. Hechos, lugares, anécdotas, sensaciones...
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