Allá donde quedó aposentada la Legión VII la vida es hoy plácida. Es cierto que, si pregunto por la minería, me hablan de pozos cerrados y pulmones obturados de modo letal a causa de la puñetera sil¡cosis. Pero León se sabe milenaria y las ciudades con ese poso sienten, a buen seguro, la obligación de mantener la serenidad ante los imponderables. Es ese plus al que tanto aporta esta gente adusta que nos recibe con generosidad manifiesta.
Con ellos converso ejercitando ya semejante interlocución a la que imagino posible con los peregrinos con los que Carmen y yo vayamos encontrándonos por el Camino desde mañana domingo. Es en torno a la mesa de la cocina, con un chupito de orujo en la mano, como disfruto de la conversación con Aurora y Manuel. Están llenos de esa sabiduría que dan los años y que, al borde de los setenta, los hace cabales sénecas mientras estamos en capilla.
Ellos son los culpables de haber encontrado el modo de hacer el Camino de Santiago teniendo el punto de partida necesario en el que dejar el vehículo. Y, en él, la vida que incendiar en el 'finisterre' de los cambios posibles, los crecimientos personales valientes y la salida de una zona de confort que se había vuelto más tóxica de lo que jamás hubiese soñado. Un sitio desde el que buscarnos y encontrarnos luego, cuando la compostela sea mucho más que un mero papel.
Estar ya en esta ciudad que tiende puentes castellanos hacia Asturias y Galicia es pues estar asomado, de algún modo, al balcón de una nueva vida. Y la reciedumbre de la cecina y los vinos del lugar paladeados en la Plaza del Grano, a la sombra de monasterio hospedero de las Benedictinas Carbajalas, o en el Húmedo ya ayudan. Y mucho.
Salamanca fue ayer, desde su belleza intemporal, quien se adelantó a enseñarnos las primeras conchas broncíneas empotradas en el empedrado de los aledaños de su catedral. Pero León nos ha enseñado a los primeros peregrinos con los que compartiremos etapas inmediatas. Hacían fila ya a primerísima hora de la tarde en el patio del convento-albergue en el que pintaron nuestras conchas con la Cruz de Santiago.
La Casona de Puerta Castillo nos ha abierto, este mediodía, las entrañas romanas de esta ciudad en la que mañana estrenaremos nuestra condición de peregrinos. La Catedral y sus espléndidas vidrieras nos han señalado más tarde la fe que alimentó esta espiritualidad jacobea tejida a lo largo de siglos y siglos. La 'gaudiana' Casa de Botines, el Palacio de los Guzmanes, la Plaza Mayor, las murallas... León, todo él!
Mientras, en una vivienda del Barrio de las Ventas, nuestras mochilas reposan a unas horas de colocar seis kilos y medio a las espaldas de Carmen y ocho y medio en las mías. Todo está preparado. La ciudad que cambió, por el actual esplendor hostelero, la mala vida de sus sufridos mineros, tan poco aliviadas por las ayudas gubernamentales al sector que sólo llenaban bolsillos interesados, me pregona cosas muy bellas de este Camino por descubrir.
Sólo faltaba elegir bien el punto de partida. Y ni ha asomado de las romanas maneras de los orígenes leoneses ni de las góticas formas de uno de los templos catedralicios más bellos que me haya echado a la cara. El Románico nos introduce mejor en el espíritu de los pioneros medievales de esta cita con el Apóstol Santiago. Por ello, es la colegiata de San Isidoro, desde su misa de peregrinos a las siete de la mañana, el punto de partida elegido.
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