Hoy es día de San Roque. No son pocos templos que, en el Camino de Santiago, están dedicados a este peregrino francés. Recién entrados en Galicia, unos kilómetros más adelante de O Cebreiro, existe un accidente geográfico emblemático, el alto con el nombre del santo. Pero, amén del archiconocido refrán del perro sin rabo, poco se conoce popularmente de este hombre acomodado que, en el siglo XIV, vendió lo que tenía para hacer un camino espiritual que le llenara más que las propiedades materiales.
No es que viniera a Santiago, lo suyo fue peregrinar a Roma haciendo el bien allá por donde pasó y en especial por los enfermos de peste que encontró en aquella Italia medieval. Lo demás fue la historia del sanador enfermado de ese mismo mal, su retirada a las afueras de la ciudad y la misteriosa aparición del perro que cada día le llevaba el mendrugo de pan que lo mantuvo con vida. Pero los peregrinos de Santiago lo consideramos uno de los nuestros. Aunque no uno cualquiera.
La iglesia de San Tirso, en Palas de Rei que es donde culmina nuestra décima etapa, es un templo que, por ser del siglo XII, ya existía antes que San Roque viniera al mundo. La misa presidida por el padre José Manuel junto a otros compañeros combonianos nos ha permitido eucaristía, bendición a los peregrinos y un nuevo sello que, en nuestra credencial, llena de historia esta cartilla con la que ganar la compostela en Santiago en apenas tres días.
Pero éste de San Tirso es, como me dijeron en el Albergue Mesón de Benito y confirmarían luego los combonianos, el más antiguo del Camino. Excepción hecha del propio del punto de destino de este itinerario que hoy ha proseguido, desde la boscosa ribera del Miño entre un intenso fresco húmedo de partida, bancos de niebla rotundos y el inevitable calor siempre presente cuando llega la hora.
Salvo esos bosques iniciales llenos de umbrías y musgo, de sugerencias al misterio y la leyenda, hoy ha sido día más dado al paisanaje que al paisaje. Lo reconozco. Por eso terminar con una homilía que nos ha recordado la figura de San Roque nos ha trasladada inmediatamente al recuerdo del grupo de venezolanos peregrinos con los que compartimos un instante y algo de conversación en la que pronto asomó la situación que vive ese entrañable país caribeño.
Aquellas víctimas de la inestabilidad económica y la crisis de abastecimiento fruto de un insostenible desgobierno que debe buena parte de sus despropósitos a quienes, enfermos de ideología, han olvidado que primero están las personas. Me reconocen estos peregrinos que ello está entre sus intenciones del Camino. Yo la hago también mía. Por Venezuela y también por España.
Personas, personas, y más personas. Son lo importante. Quizá cuando inicias el Camino de Santiago puedes sustraerte a la inmensidad de los paisajes. Pero llegados a este punto, ya es el prójimo el importante. Cosas de este peregrinaje que ya me está enseñando que, a la vuelta, lo importante es lo importante. Como Franco y Renata, pareja italiana con la que volvemos a coincidir. U otra originaria de Burgos aunque residente en Madrid y en la que ella, que canta música lírica como los ángeles, alivió nuestra bajada desde la cima del Monte Irago con sus arias. Hoy hemos podido agradecérselo. Especialmente Carmen.
Y también en nuestra mente aquellos que, buscando el mínimo esfuerzo cuando se proponen su inicio en Sarria, encontraron ya el final tras apenas jornada y media de haber comenzado. Es otra pareja, matrimonio veterano cordobés, con escasas reservas físicas que pronto han quedado puestas en evidencia. Nada que un taxi no arregle. Nosotros seguimos adelante.
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