Emmanuel Muises junto a su semáforo. Foto de Esteban |
Emmanuel Muies, natural de Ghana con 26 años de edad y uno en la ciudad, ocupa la esquina que forman las avenidas Duque de Abrantes y León de Carranza. La elección de los lugares no parece una casualidad. Entre los primeras cosas que aprenden los inmigrantes subsaharianos que comercian con los pañuelos, los rosarios y los ambientadores es que el cierto éxito que, con el desarrollo de su actividad, tienen a su alcance está en lugares muy marcados en el callejero jerezano.
Las calles y las avenidas de la zona norte de la ciudad, muy especialmente las correspondientes al cuadrante que forman Alcalde Álvaro Domecq, León de Carranza y Duque de Abrantes, son los viales que en mayor medida aglutina a los africanos dedicados en Jerez a este menester. Pero el volumen de sus ventas no dan para muchas alegrías. Muies reconoce obtener entre 15 y 25 euros al día fruto de un esfuerzo especialmente cargado de cuidadoso trato. Pero es muy difícil superar el rechazo que despiertan en buena parte de los conductores a los que abordan.
Sin techo
«Vivo con mi compañero», dice este joven ghanés señalando al semáforo de enfrente (el de la Espléndida), donde el amigo mencionado despliega su labor comercial. Éste otro es un nigeriano con el que compartió una modesta casa hasta que hace un mes se vieron imposibilitados de poder seguir pagando el alquiler, por precario que resultara, con semejantes ingresos. Emmanuel no para de repetir que «ahora la cosa está difícil, solo gano para poder comer». Por ello vive en un espacio al aire libre junto a una conocida superficie comercial ubicada en San Benito.
A ratos, Emmanuel interrumpe la conversación para acercarse a los vehículos que se detienen ante el semáforo en rojo. Son las tres de la tarde y sus conductores, al volante de buenos coches por lo general y con apariencia de no tener los problemas que sufre el joven subsahariano, apenas disimulan en muchos casos el rictus de un cansancio que, fruto de una jornada de intenso trabajo, se traduce en mínimos gestos con los que si acaso denegar la oferta. Frente a sus caras entristecidas por la necesidad de llegar a casa, la del negro del semáforo es un verdadero reactivo.
Muies vino desde Ghana «país a país, por Marruecos, Argelia, Melilla, Algeciras y Jerez», explica. «Para buscar la vida», añade. La realidad es que duerme en la calle y, aunque para comer va tirando con lo que gana con la venta, necesita de la ayuda de algunos vecinos o transeúntes diarios por el lugar. «Para vestirme me dan ropa gratis en el semáforo porque yo no puedo comprarla», reconoce cargado sin embargo de una esperanza difícilmente explicable.
Feliz sin dinero
En el breve diálogo con los conductores es él quien pone siempre la sonrisa. Al menos de modo tan generoso. Y lo hace en la confianza que tiene de que su vida puede mejorar aquí: «Sí, yo quiero trabajo y poder vivir en España», afirma. Pero ni siquiera ello confiere mayor fundamento a su simpática actitud. «Me gusta estar feliz, yo nunca tengo problemas con nadie», dice profundizando con un planteamiento que sorprende: «Pero sin dinero y sin trabajo tú puedes ser feliz», insiste. Aunque no oculta que «el trabajo es muy importante para todo el mundo».
«Si tú trabajas, tú tienes», sentencia Emmanuel Muies sin reconocer más estudios que los puramente escolares aunque sí su disposición a hacer lo que sea por un trabajo que le reporte una mejor situación que la que sufre: «Yo puedo vender otras cosas o ser mecánico, a ver quién me puede ayudar», insiste. Pero lo hace sin perder la sonrisa: «Yo tengo felicidad para mí siempre; no tengo dinero porque no hay, no tengo trabajo porque no hay, pero sí tengo felicidad, y me gusta estar así con la gente».
El ghanés llega a alardear de capacidad comprensiva y elude la comparación con los gestos que, a veces, ha de sufrir. «Todo el mundo no es igual», dice mientras explica que «yo no tengo problemas personales con nadie, cuido a todo el mundo que para en el semáforo, les digo hola y tengo respeto para todo el mundo». Otra cosa es aquello que recibe como respuesta: «Sé que no le gusto a todo el mundo, aunque a otros sí, pero no pasa nada, yo tranquilo, lo que quiero es trabajar en España».
Su madre y seis hermanos siguen en su lugar de origen. Su padre murió hace mucho. Pero nada hace imaginarle nostalgia por lo que dejó atrás una vez abandonó tierra africana. «No quiero volver a mi país, ni quiero ir a otro país, quiero vivir aquí», enfatiza con una indisimulada confianza de que el interés del periodista pueda ser una oportunidad para él. Y, mientras señala que ni el Gobierno ni el Ayuntamiento le ayudan, pone su mirada en la fe católica que profesa. «Gracias a Dios quizá otra persona pueda ayudarme», dice.
Tampoco pierde la sonrisa ante el recién comenzado 2012 del que espera «que quite la crisis para España, que haya trabajo para todo el mundo; si España va bien yo podré tener», confía.
Entre las leyendas sobre mafias y una precariedad que es real
Ni siquiera la muy extendida creencia de que existen mafias que controlan los movimientos comerciales de estos jóvenes de procedencia subsahariana quita yerro a una necesidad que es tan real como la vida misma. A lo más que se llega con ellos es a conocer que la mercancia que venden la compran en Sevilla.
Es cuando uno se pregunta si tan sencilla producción necesita ser buscada a cien kilómetros cuando cunden las sospechas. Pero lo cierto es que ellos, los protagonistas de tan crudas realidades, y sus problemas cotidianos son tan de verdad como las comparten con los conductores cada día.
(La Voz, 02-Enero-2012)
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