Muñoz, a la izquierda del obispo, en la visita de hace unos días a Puerto III |
–¿Qué tal la celebración de la patrona?
–Creo que el obispo se ha ido un poco impresionado porque ha sido preciosa ya que quienes vienen lo hacen todas las semanas y son el resultado del trabajo de los voluntarios. Han acudido también funcionarios y personal del centro. Hasta tenemos un coro de reclusos.
–Pero su trabajo va más allá de ese centenar de presos que van a misa, ¿no?
–Claro, mucho más allá. Pretendemos, en la medida de lo posible, humanizar la prisión. Tenemos talleres de alfabetización personal, informática, valoración personal, pintura, deportes y otros alicientes como una radio que que aún busca aparatos. Pero lo primero es escucharlos, estar con ellos, eso es lo más importante. Ellos necesitan que se les escuche con el corazón no desde un tribunal o despacho.
–¿Y cómo es conversar con ellos porque tras las rejas uno adivina mucha más calidad humana de la que muestran sus condenas?
–La cárcel es un tema tabú y, por tanto, es objeto a menudo de opiniones engañosas. Las cárceles se instalan en los campos para que se conozcan poco y siempre se relaciona con el que infringe la Ley pero los presos no son todos iguales ni muchísimo menos. En la cárcel hay bellísimas personas. Hay quien está allí por mala suerte. Mi madre decía que allí todos tenemos un ladrillito. Muchos están por un mal momento en su vida y, de hecho, la mayoría, son víctimas de una sociedad llena de contradicciones.Y en esa relación personal es donde se descubre, de verdad, que son hijos de Dios, que hay que quererlos, que nunca hay capacidad de ofender de modo que se les castigue para siempre. Jesús nos dijo que hay que perdonar. El perdón, cuando es de verdad, rehace a la persona y la condena quizá no.
–¿Cree, por tanto, que el sistema carcelario se ha deshumanizado con esos macrocentros como Puerto III y con la propia salida de las prisiones de las ciudades?
–Ciertamente. Yo llevo en esto 31 años, empecé en Sevilla 1, que estaba en el centro, pero el paso a estas grandes cárceles, aunque ofrezcan otros servicios, hace que la humanidad en el trato desaparezca. Puerto III tiene 15 modulos y es como si fuera otras tantas cárceles dentro de la gran prisión. Puede haber padres e hijos que no se veansalvo que tengan una actividad común. Cuando llego a Puerto II siempre digo que ya estoy en mi casa.
–¿Tanta es la diferencia?
–Es otro ambiente, sí.
–¿En qué es mejorable, por tanto, el sistema carcelario actual.
–Aquí apuntamos hacia otro tipo de justicia en la que se busque la alternativa a estas prisiones que tenemos. Y que las prisiones queden para un mínimo de personas, si es que tienen que quedar.
–Pues las cifras de la actual población reclusa española poco tienen que ver con ese anhelo. ¿Cuántos presos hay en estos momentos?
–En España hay más de 76.000 presos. Cuando empecé había unos 20.000 y ahora tenemos esa cifra solo en Andalucía. Luego esto no lo va a arreglar nadie por esta vía. El tipo de justicia punitiva, solo fundamentada en la venganza y en imponer el castigo, no va a arreglar nunca esta situación.
–¿Y qué lo arreglaría?
–Hay alternativas, pero pasan por ir cambiando el sentido de justicia hacia estas fórmulas restaurativas. Ahí es donde entra la figura de la mediación penitenciaria. Cuando la víctima entra en contacto con aquél que ha cometido el delito a veces termina comprendiéndolo. Y a veces en el diálogo se entienden y en esa mediación se repara la herida. Pero con la justicia que tenemos la herida no se repara nunca sino que se siembra la venganza, el odio... mientras que en la otra caben otras cosas.
–No parece que tengan mucho que ver con esa justicia restaurativa que predica episodios como el recién conocido en un sistema penitenciario como el norteamericano, por el que se materializa la pena de muerte en un caso en el que las garantías parecen haber brillado por su ausencia.
–Eso es tremendo, eso es justicia punitiva, basada en el ojo por el ojo y el diente por el diente que quedó tan superado en la Revolución Francesa. Matar a una persona a sangre fría, como ese caso de pena de muerte en Estados Unidos, atenta contra Dios, para mí es un homicidio. Desde el Evangelio no se puede aceptar la pena de muerte. Y menos aún sin haber quedado clara, como ha ocurrido, la culpabilidad. Se ha demostrado que hay un tanto por ciento muy serio, y aunque hubiera un solo caso, de personas que tras ser ejecutadas se ha demostrado que no eran los culpables. Esto tiene que cambiar, es inadmisible, huele a la época tribal.
(La Voz, 26-Septiembre-2011)
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