Todo parece listo. Así nos lo decían ayer los munícipes que algo tienen que ver con el asunto. 330.000 euros se han gastado, dicen, en el montaje de los 1.600 palcos instalados en la Carrera Oficial, labor que ha empleado, dicen, a 40 operarios. Han atendido 150 peticiones de las hermandades que procesionarán estos próximos días por la ciudad, dicen. Ya saben, que si levantar ese cable, que si echar la rampita de tierra en el escalón de la puerta, que si la tala de ese árbol... Tambien dicen que 2 operarios y un vehículo con conductor han trabajado durante 15 días en la recogida de restos en la vía pública fruto de todos estos trabajos. Así como, también lo dicen, desde este próximo Sábado de Pasión se pondrá en marcha un dispositivo compuesto por 44 trabajadores, 36 de ellos operarios y 8 conductores harán lo propio integrándose de Lunes a Miércoles Santo los del servicio ordinario. Han contado hasta los movimientos de contenedores: 292 en total. Y 4 oficiales taladores y un camión grúa con conductor, claro, y otro compactador para la recogida de restos de poda y 3 operarios para la carga y 3 jardineros y 60 macetas colocadas por 4 operarios y licencias para 7 puestos de bebidas y bocadillos envasados y 5 de algodón dulce y 3 de patatas fritas y churros y 69 carritos de frutos secos, golosinas y agua envasada y más de 330 policias, vigilantes municipales y miembros de Protección Civil...
¿Qué les parece? Partiendo de la base de que todo ello es necesario, creo, lleguemos a la conclusión, no forzada y si fuera así quítenme la razón, de que exposición tan exageradamente pormenorizada resulta casi cómica. Y, sin reproches por ello a los políticos, que eso es lo suyo, dar cuentas al ciudadano de aquello que hacen, me hago muchas preguntas a tres días de la llegada de la Semana Santa. No son cuestiones cuya respuesta aporte más números aún. No. Son preguntas para la reflexión sobre un mundo en el que no parece haber cosa que se mida por su calidad sino por su cantidad. Pero la celebración que estamos a punto de comenzar es otra historia. La Semana Santa es, o debiera ser, un bálsamo a tanto relativismo materialista. Un paréntesis en medio de mundo tan difícil de vivir como éste que nos ha tocado en suerte. No pediré, sin embargo, que ciertas cosas como las que acabo de dejar atrás una vez producido el balance de los preparativos realizados desde el Ayuntamiento sean de otro modo. Pero cuando ello llega al seno del corazón cofrade la cosa pasa de esa comicidad que señalo al más desagradable patetismo.
Es ésa la consideración que me merecen quienes inventaron la insana costumbre de contar los penitentes ajenos. Pero peor aún ha resultado, impulsado el año pasado desde alguna página web, la instauración de la 'tradición' de creerse servidor público ofreciendo cifras, estadísticas y demás cuestiones numéricas a la luz de una maniática comparación permanente de situaciones que no son comparables. Han creado stress innecesario en ciertas direcciones de cofradía que, con apenas un centenar de nazarenos con los que componer su cortejo, perciben que, como suele ocurrir, los peores enemigos de las hermandades siguen estando dentro. Les sugiero especial atención a estas maniobras cuando este año crece, pareja a la secularización y materialismo de la sociedad, una crisis galopante que ha azotado los plazos de papeletas de sitio con aminoramientos que son las propias cofradías afectadas las que puedan lamentarlo más. Pero no se preocupen que aún habrá quien ya amenace con poner mayor altavoz que el año pasado a una miseria que, sinceramente, no lo es. Sé que son malos tiempos para decir que la calidad de nuestros cortejos ha de estar muy por encima de la cantidad. Del mismo modo que la calidad de nuestra fe es siempre mayor gracia que las mil prácticas piadosas que pudiéramos agolpar en nuestras ya saturadas agendas.
Los políticos se deben a las cifras, queridos amigos. Los cristianos no. Jesús no tuvo más que doce para poner en marcha un cortejo que cumplió ya los dos mil años. Pero entre unos y otros están los cofrades que, las más de las veces, evidencian más gusto por las costumbres de los primeros que por los valores evangélicos que los segundos tienen para quienes, como nosotros, somos lo que somos porque Aquél que subimos estos días a nuestros pasos nos propuso un modelo de vida. Lástima que algunos no se dejen, en estas vísperas, empapar de éstas otras cuestiones y se dediquen mejor a engrasar sus contadores. ¡Qué lástima!
(COPE, editorial en 'Carrera Oficial', 24-03-10; foto de Esteban)
¿Qué les parece? Partiendo de la base de que todo ello es necesario, creo, lleguemos a la conclusión, no forzada y si fuera así quítenme la razón, de que exposición tan exageradamente pormenorizada resulta casi cómica. Y, sin reproches por ello a los políticos, que eso es lo suyo, dar cuentas al ciudadano de aquello que hacen, me hago muchas preguntas a tres días de la llegada de la Semana Santa. No son cuestiones cuya respuesta aporte más números aún. No. Son preguntas para la reflexión sobre un mundo en el que no parece haber cosa que se mida por su calidad sino por su cantidad. Pero la celebración que estamos a punto de comenzar es otra historia. La Semana Santa es, o debiera ser, un bálsamo a tanto relativismo materialista. Un paréntesis en medio de mundo tan difícil de vivir como éste que nos ha tocado en suerte. No pediré, sin embargo, que ciertas cosas como las que acabo de dejar atrás una vez producido el balance de los preparativos realizados desde el Ayuntamiento sean de otro modo. Pero cuando ello llega al seno del corazón cofrade la cosa pasa de esa comicidad que señalo al más desagradable patetismo.
Es ésa la consideración que me merecen quienes inventaron la insana costumbre de contar los penitentes ajenos. Pero peor aún ha resultado, impulsado el año pasado desde alguna página web, la instauración de la 'tradición' de creerse servidor público ofreciendo cifras, estadísticas y demás cuestiones numéricas a la luz de una maniática comparación permanente de situaciones que no son comparables. Han creado stress innecesario en ciertas direcciones de cofradía que, con apenas un centenar de nazarenos con los que componer su cortejo, perciben que, como suele ocurrir, los peores enemigos de las hermandades siguen estando dentro. Les sugiero especial atención a estas maniobras cuando este año crece, pareja a la secularización y materialismo de la sociedad, una crisis galopante que ha azotado los plazos de papeletas de sitio con aminoramientos que son las propias cofradías afectadas las que puedan lamentarlo más. Pero no se preocupen que aún habrá quien ya amenace con poner mayor altavoz que el año pasado a una miseria que, sinceramente, no lo es. Sé que son malos tiempos para decir que la calidad de nuestros cortejos ha de estar muy por encima de la cantidad. Del mismo modo que la calidad de nuestra fe es siempre mayor gracia que las mil prácticas piadosas que pudiéramos agolpar en nuestras ya saturadas agendas.
Los políticos se deben a las cifras, queridos amigos. Los cristianos no. Jesús no tuvo más que doce para poner en marcha un cortejo que cumplió ya los dos mil años. Pero entre unos y otros están los cofrades que, las más de las veces, evidencian más gusto por las costumbres de los primeros que por los valores evangélicos que los segundos tienen para quienes, como nosotros, somos lo que somos porque Aquél que subimos estos días a nuestros pasos nos propuso un modelo de vida. Lástima que algunos no se dejen, en estas vísperas, empapar de éstas otras cuestiones y se dediquen mejor a engrasar sus contadores. ¡Qué lástima!
(COPE, editorial en 'Carrera Oficial', 24-03-10; foto de Esteban)
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