
Acabo de llegar de Sevilla. Un año más
he aprovechado el festivo día de San Dionisio para acudir, en Sevilla, de peregrinación
ante Santa Ángela de la Cruz con mi Hermandad del Consuelo. Es el cuarto año consecutivo y se ha convertido en algo sagrado. Intocable.
Por eso me disculpé con mi compañera Esperanza -Lescún, sí-, quien ha recibido este mediodía en Villamarta el
Premio Ciudad de Jerez a la Igualdad. Ella sabe que estaba con ella pese a la distancia. La admiró tanto como me cansa
la ceremonia de la desidia con la que esta tierra -por desconsideración propia o por desacierto de las autoridades- vive el Día de su Patrón. Así, está más que justificado quitarse de enmedio. Aunque me haya perdido la
intervención brillante del obispo en la recepción del Pendón en la Catedral. Vuelve a la carga con su mensaje sobre cuanto necesita nuestra sociedad esa
laicidad positiva que nos construya en todas las dimensiones del ser humano. Habrá caído en saco roto, no digo que no -no en balde ya me informan que
cortitos y con sifón se presentaban los bancos del primer templo diocesano
en el 'Te Deum'-. Tan liados estamos que ya ni nos preocupa que llevemos la tira de años equivocados de santo. Pero, a buenas horas 'mangasverdes',
a cuento de qué me voy a meter yo en si nuestro Dionisio no es el descabezado sino el primero obispo de París. Y miren ustedes que no es mal embajador en el
propósito de Monseñor Mazuelos de hacerle ver el problema de Vicasa al heredero de aquel Patrón verdadero, el actual
Cardenal-Arzobispo André Armand Vingt-Trois. Pero siempre preferimos al que perdió la cabeza. Parece, desde luego, mayor testimoniador de aquello que, visto lo visto, mejor nos define.
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ResponderEliminarUn abrazo mi mi más cordial enhorabuena.