El Señor de la Flagelación ya está en la Catedral. Y mañana jueves, el Cristo de la Defensión será llevado a la Compañía de María. El viernes regresa el crucificado de Capuchinos a su convento de calle Sevilla. Y el sábado, tras la pontifical, será el Cristo titular de la Hermandad de la Amargura el que se preparará para iniciar su regreso a la calle Medina. Poco después La Victoria abrirá sus puertas para que, mientras dentro espera el Sagrado Descendimiento a que le llegue su hora en un par de semanas, salga también Madre de Dios del Rosario de Capataces y Costaleros que, habiendo dejado atrás otras tres salidas procesionales con imágenes de esta advocación mariana, completará esa entrega de cada octubre.
Entre imágenes que van y vienen le vamos encontrando el final a un mes de octubre de 'papilla y verruga', que diría el castizo con una expresión cuya literalidad jamás he sabido entender. Y creo, sinceramente y con cariño para todos, que tanta 'extraordinariedad' cotidiana se convierte, poco a poco y casi sin darnos cuenta, en un exceso cofradiero de ésos que cansan el cuerpo y, me da el pálpito, de que también el espíritu. Pero es lo que hay. Y habrá que disfrutarlo. Digo yo. Con todo, no olvido una reflexión nada nueva en mi voz pero que adquiere, de pronto, tintes verdaderamente oportunos: es posible que tanta conmemoración despunte aromas cansinos que nos hagan desear unas cofradías más jóvenes.
No hablo de edad histórica sino de espíritu nuevo. Y no hablo tampoco, en efecto, de quedarnos los signos cristianos en las sacristías. Bendito sea Dios que nos permite las conmemoraciones para aprovechar y sacar a Cristo y María a la calle. Por lo demás, a ver si tanta ida y venida nos sirve para, aireado nuestro ánimo cofrade, tener un presente enriquecido y enriquecedor que, orgulloso de su pasado, se ocupa un poquito más de su futuro.
(COPE, editorial en 'Carrera Oficial', 21-10-09)
(foto: la Defensión en la Compañía en los años 50)
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