No es fácil explicarlo. Lo cierto es que en la medida en que uno comienza a acostumbrarse a una experiencia interesante ya ha empezado a normalizarla (incluso vulgarizarla) entre sus propias sensaciones cotidianas. Pero, en efecto, uno no sabe bien qué ocurre cuando entra en la capilla que preside su menudito cuerpo incorrupto. Nunca me acostumbro. Y bien que me alegro de ello.
Cuando, este pasado viernes, renovamos el particular voto no juramentado que cada 9 de octubre lleva a la Hermandad del Consuelo ante Santa Ángela de la Cruz surgió una nueva ocasión de comprobarlo, de apreciar esa emoción extraña que lo vincula a uno a la expresión de una devoción compartida con tanta gente que tiene admirables experiencias con Madre Angelita.
En la celebración compartida de la Eucaristía presidida por José Manuel Guzmán y concelebrada por el entrañable Buenaventura Sánchez, en el conocimiento de devotos de otros sitios que se suman a nosotros con la satifacción de la gracia concedida o aún pedida, en la bajada a la cripta hoy ocupada por Madre Purísima de la Cruz pero que conserva el perfume de santidad de Santa Ángela, en el almuerzo festivo en la casa de espiritualidad del Espíritu Santo, en la visita al Hospital de la Santa Caridad y hasta en el ruidoso autobús de regreso, el latido de la 'zapaterita' latía renovado en el corazón de mayores y jóvenes. Toda una bendición a un mes vista de la jornada de su procesión por las calles de El Pelirón.
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