lunes, 5 de enero de 2015

Noche de Reyes

Son las diez y cuarto de la noche. Melchor, Gaspar y Baltasar acaban de arrodillarse ante el nacimiento del Mamelón. Ni el segundo es rubio ni el tercero barbado como acaba de describirlos el locutor de la Adoración al Niño. Pero lo cierto es que, aunque uno pueda ponerle otros nombres a sus majestades incluso tener para ellos a diario otro trato menos reverente aunque siempre respetuoso, no deja de recorrernos el cuerpo un escalofrío archiconocido y cada año nuevo cuando uno de ellos toma la palabra en nombre de los tres.

El mago al micro se dirige a los ciudadanos de este tierra "espíritu de las artes que es Jerez, donde también la Navidad se hace música y cante". Todo es muy tradicional, con poco margen a la diferenciación de los ingredientes de un año para otro. Pero eso no resta capacidad para la sorpresa. Si no fuera así cómo interpretar que se me erice el vello de este modo? Me ha ocurrido viendo la cabalgata dos horas antes y hasta cuando me he escapado a completar compras a Areasur, sospechando que el resto de consumidores sienten algo parecido. 

La noche está puesta y ya da igual las muescas que en la culata me dejaran las mil batallas que me doblegaron la inocencia hace tiempo. Las más recientes de estas marcas parecen aún revivir con su acento agridulce en el imaginario de una melancolía tan mía ahora agitada por el niño que llevo dentro y que, instintivamente, me resisto a dejar salir pese a todo. Pero veo que, a esta hora y cuando indico a mi hijo Carlos (raspado ya de la certeza de esta 'realeza' que nos envuelve) que cenemos pronto y se vaya a la cama, ya asomó un año más.

Bienvenido, Gabrielito. Se te ha despertado el recuerdo, eh? Cuántas imágenes tienes en el hondón del alma! Disfruta rápido de estas horas mágicas. Hazlo sobre todo por los tuyos, que se lo merecen, pero recuerda que pronto, como cenicienta acechada por la medianoche de la edad, has de regresar a este cuerpo cincuentón tan 'jarto' ya de ilusiones insatisfechas y del crudo realismo de una existencia que, una sóla noche al año, adquiere la vitola especial que semejante visita real nos otorga a todos. Nos lo pida el cuerpo o no.

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