viernes, 2 de enero de 2015

Dios no es el 'maestro armero'

Los buenos propósitos por ser mejores ahora que comienza el nuevo año se generalizan con un inconfundible perfume de reconocimiento sobre nuestras limitaciones. Y eso está bien. Nuestras precariedades con el inglés, con el cuidado del cuerpo, con la lectura, con el tiempo con la familia, con el abandono de cuanto nos estresa... De hecho, creo yo, es el único modo de levantar cabeza de verdad: la sencilla aceptación de nuestra culpa en aquellas cosas que podemos mejorar. 

Pero a veces uno se encuentra con las actitudes de quienes publican o comparten en redes sociales leyendas como la de la ilustración que ya dejan claro no sólo que no hay gran empeño en superar las carencias sino que además hemos encontrado un culpable ilustre sobre el que volcar todo tipo de responsabilidad. Enhorabuena por ello. Veda abierta ya para que 2015, como el año dejado atrás, acune nuestros errores de siempre. U otros nuevos.

Acabo de leer un tuit que dice "Un hombre se puede equivocar muchas veces, pero no se convierte en fracaso hasta que empiece a culpar a otros de sus propios errores". Cuando he comprobado que la chica que lo escribe es la misma que, en el mismo día, comparte gustosa éste otro concluyo que la ley del embudo adquiere vitola de modus vivendi en la mente relajada de quienes descontentos con su vida cambian ahora el almanaque de la pared.

'Reclamaciones al maestro armero' es viejo dicho renovado ahora con ese cartel en la figura de Dios bendito que, en su infinita misericordia, acoge nuestro enorme morro a la hora de justificar que sigamos siendo los mismos al inicio de un nuevo año. Estamos a tiempo de revisarnos esas cositas que nos caracterizan, que dificultan nuestras relaciones con los demás y que en nuestra enorme desconsideración puede llegar a hacernos tan incoherentes.


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