Antes que acabe el día de San Francisco de Sales, el patrón de los periodistas, me impongo la parada para una reflexión que creo necesaria. Hoy le he escuchado al sacerdote Miguel Ángel Montero las ideas que sustentan un aserto impopular en medio de la convicción que todos parecemos tener del carácter casi sagrado de la libertad de expresión.
Quizá no sea baladí, a la hora de denunciar como se merecen los hechos violentos vengan de quien vengan, que pensemos, tras abominar primero del terrorismo y la muerte, que podemos hacer algo desde un mayor celo en el previo respeto del otro. "¿Hasta dónde llega nuestra libertad de expresión?", preguntaba el secretario general-canciller del Obispado de Asidonia-Jerez en la comprometida homilía de la misa del patrón.
Y es cierto que el artículo 20 de la Constitución Española actual dice que las libertades que gozamos en los medios de comunicación "tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia". Dejo a la consideración ajena si hay viñetas que sobrepasan estos límites.
Escuchar al Papa Francisco es sentirse interpelado a echarle un vistazo a las viñetas más allá de la lógica reacción espontánea que a todos nos condujo conocer la espantosa noticia que nos movió y conmovió. U otras que no han tenido aquella respuesta llegada desde el yihadismo pero que quizá no salvarían un análisis mínimamente exigente con el respeto al prójimo. No hay más que incertidumbres en todo lo que planteo, pero me parece necesario formularlas.
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