Aspecto de la puerta del bloque |
Dos meses dicen llevar los vecinos de Algodonales 10, en La Granja, sufriendo los efectos insoportables de un problema de evacuación de aguas fecales que alcanzan por cuarta vez en poco tiempo. La negativa del vecino que tiene en casa la arqueta que es preciso abrir para resolverlo ha levantado a los 19 propietarios, que ya no aguantan más.
Lo que no pasaría, en un caso nornal, de tratarse de un mero problema de convivencia en medio del cual bastase con intentar convencer a quien lo impide de la importancia de cultivar el bien común en las relaciones vecinales, aquí ha llegado a la denuncia a la vista de una situación tan bloqueada como los bajantes que hay que desatascar.
De las cuatro viviendas de la planta baja, dos disponen ya de acceso a las arquetas desde la calle. Las otras dos siguen dentro y ambas coinciden con la vivienda del vecino conflictivo y con un negocio suyo en el propio edificio. En ellas se encuentra el problema y la prohibición de acceso es la que impide un mal de tan fácil resolución.
Maribel Herrera, una de las afectadas, pone voz a las alegaciones del vecino que no da su brazo a torcer: «Dice que no es de la arqueta de su casa sino de la del local y que, si tiene que cerrar para resolverlo, le ocasionará pérdidas en el negocio». «Llevamos así desde el 23 de diciembre», añade haciendo cuentas en medio del pringoteo.
«Los profesionales llamados para eliminar el problema señalaron esas arquetas», explica lamentando que «cada vez que viene el camión son 200 euros». Pero lo peor son «los niños que han de salir por ahí para ir al colegio o las personas mayores que pueden sufrir incluso resbalones al pasar por las escaleras o la entrada del bloque».
La insuficiente alternativa de la escoba y la fregona no ha sido desdeñada. La dificultad obliga a ello. Pero los vecinos ya comienzan a bajar los brazos: «Yo he sacado mucha agua pero ya me he cansado», dicen. Y ello motiva que la entrega vaya siendo desigual pese a que insisten: «Estamos todos a una».
«Él quería, cuando hizo su cocina, que la comunidad afrontara la obra de sacar la arqueta a la calle, pero en aquel momento la comunidad no tenía dinero», aclara Maribel apuntando «rebeldía» como una de las razones por las que, a estas alturas, se sigue negando el vecino a facilitar el acceso a su propiedad. «Puso tela asfáltica para garantizar que por su lado no saldrá», dice.
Si a quien impide el arreglo le molesta o no el agua que sigue siendo vertida y el pestilente olor es algo que Herrera dice haberle preguntado sin éxito: «Dice que eso es cosa suya». En cualquier caso, José Ávila, otro de los afectados, oculta menos su indignación: «No quiere abrir porque no le da la gana, no comprende que aquí hay críos que pueden coger una infección».
«Se ha cerrado en banda», indica. «Eso no es suyo, es de la comunidad», añade. «Vamos a tener que coger todos los vecinos e ir a Sanidad, sentarnos allí y ver cómo se soluciona esto», sentencia. «¿Qué pasa si se nos muere un niño aquí?», lleva al extremo Ávila con desesperación que no calma ni con la aparición de peritos que, hace un par de días, llamó el propio denunciado.
Desde uno de los balcones, Josefa Aguilar llama la atención sobre el estado de su hermana Antonia. «Yo no vivo aquí pero estoy cuidándola», explica mientras la enferma eleva la voz: «Hay que tener la paciencia del Santo Job, estoy revelada, los días se van pasando, y los meses, y usted está viendo el agua».
«¿Quién tiene que ver con esto?», se pregunta. «El que sea, me da igual; no puedo ni abrir las ventanas porque si lo hago no paro de dar arcadas (gesticula)». Para salir «necesitamos unas botas altas y tirarlas después y luego te metes en el coche y nos llevamos el olor, parece que vamos en una pocilga», clama indignada.
(La Voz, 27-Febrero-2011)
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