miércoles, 26 de enero de 2011

Las Marismas Azules reciben al maestro


Conocí El Rocío -la Romería y la verdad de una devoción grande, in situ y con el micrófono en la mano-... lo conocí, repito, de pura casualidad. No en balde, diría que, quizá, no era el mejor candidato, en su momento, por esas posiciones cofrades tantas veces intransigente con ciertos atavismos ajenos aunque no se vea la viga en el ojo propio. Y lo conocí, en la arena de Doñana o ante la misma imagen de la Virgen en la Aldea, como tantas veces he aconsejado a los neófitos: bien acompañado.
Con alguien que lo conocía y que supo llevarme a la esencia del fenómeno, acercarme a sus gentes, respirar sus valores más genuinos, ayudar a quien lo necesita, tomar una copa en saludable convivencia así como a proclamar permanentemente que todo ello era así en honor a Nuestra Señora del Rocío. Así supe de la cita de cada Pentecostés, con un lazarillo de lujo llamado Carlos Manuel López Aguilar, compañero que me descubrió al mundo de la radio, de la profesión periodística que ejerzo.
Ayer supe de su muerte, prematura para hacerse sitio aún en las Marismas Azules pese a la mala vida que sufrió. Y se me encogió el corazón. Descansó. Pensé. Pero no pude evitar reflexionar que, lamentablemente, no disfrutó como merecía aquél que me enseñó El Rocío, quien me abrió las puertas de la radio hace casi 25 años, de aquello que vivió tan intensamente como aquellas otras cosas que le arrancaron la vida. Ya no correremos el riesgo de disgustarnos cuando lo veíamos en la calle.
La droga le torció la vida y cuantas veces hizo propósito de enderezarla se volvió a derrumbar para sufrimiento de cuantos tenemos tanto que agradecerle desde antes de esa destrucción personal. Pero Carlos no fue el que conocimos en esos años últimos, tantos por otra parte. El 'López', como anunciaba aquel compañero que me lo anunciaba, ha muerto. Y uno se pregunta cómo es posible que no le llegara descanso parecido sin necesidad de perder la vida. Merecío las oportunidades que él mismo se ocupó de dilapidar.
Por ello, le brindo esta otra a través de unas líneas cuajadas de buenos recuerdos y nostalgia pisoteada pese a todo por la rabia. No ha sido posible que disfrutara de las cosas que le dio la vida. Y aunque buena parte de la culpa es suya otra no menos importante lo fue de las circunstancias de un éxito y una posición a la que le condujo la voz formidable de la que dispuso. Y creo, sinceramente, que el Carlos que me enseñó El Rocío se merece una tienda de campaña en las Marismas Azules.
Por ello, maestro de la radio, van por ti, con la humildad de alguien que no ha llegado a las cotas de semejante personalidad profesional, estos minutos de emisión que ahora comienzan. Espero que me digas, como en aquellos años ochenta de curso en las instalaciones de Saje, qué tal lo he hecho. Un abrazo, amigo, y descansa en paz.
(Cope-Jerez, editorial en 'Carrera Oficial', 26-01-11)

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