domingo, 23 de enero de 2011

Cuando vivir en familia es un lujo

Foto de Javier Fergo
Ángel Guillén perdió su trabajo en la obra cuando, hace tres años, la crisis en la construcción se convirtió en punta de lanza de cuantos males sufre la economía del país desde entonces. Más allá de los grandes análisis en curso, este peón albañil, que hasta el momento había sabido sacar adelante a su mujer y dos hijos, se echó a la calle a intentar sobrevivir buscando chatarra. Pero, desencadenada la caída del poder adquisitivo familiar, llegaron los impagos, la impaciencia del banco, el embargo y el consecuente desahucio de su modesta vivienda en la calle Z de la barriada Federico Mayo.
Lo que hasta aquí no es más que un ejemplo de cuantos casos se están produciendo para incremento del número de dramas familiares y de una oferta de viviendas que, en manos de los bancos, se abarata inmisericordemente, encuentra una vuelta de tornillo con el modo en el que han dado solución a su grave problema. Viven acogidos por consanguíneos, como otros muchos casos. Pero en éste se ha impuesto una disgregación que ha hecho añicos la vida familiar. El padre vive en Cerrofruto con una hermana, la madre en San Benito con sus padres, la hija (17 años) en Juan XXIII y el hijo (14 años) en La Cartuja.
«La familia nos ayuda pero también pasa necesidad», dice María José, la madre, quien hace un esfuerzo para explicar en qué consiste, en estas circunstancias, la vida familiar: «Pues intentando quedar con él, la niña y yo nos podemos ver y el niño y el padre también porque hay algo de cercanía pero vernos juntos los cuatro no es habitual ni mucho menos diario, quizá el fin de semana que nos podamos quedar todos en casa de mi padre, en un sofá cama los cuatro». Se nota que es un acontecimiento este encuentro concertado para que cuenten su situación. Tiene lugar en San Rafael, parroquia que les ayuda.
Ángel, por su parte, enumera las mil peripecias que origina una existencia tan complicada: «No percibimos nada desde que, hace tres años, la construcción se vino abajo. No encontré ni chapuces. Vivíamos humildemente pero bien mientras tuve trabajo, con mi coche, mi casa... Pero cuando ya no podía pagar la casa tuve que vender el coche y, al final, perdí las dos cosas». Fue entonces cuando comenzó a intentarlo con la recogida de chatarra: «Y ahí sigo y si consigo 20 euros pues eso tengo para comer». Por lo demás, reconoce que «la asistenta social nos da un cheque mensual de 120 euros y aquí en San Rafael nos dan los 'mandaitos'. Y con eso nos apañamos».
Ni en la chatarra
A 23 céntimos el kilo de chapado, a 90 el aluminio y a 5 euros el cobre -«que es de lo que menos se coge»- lo cierto es que tampoco el mercado de la chatarra les soluciona el problema. «Hay más chatarreros que chatarra y lo que no voy a hacer es robar», asegura. El drama es vivido de modo especial por los hijos. «Volvían del colegio el día que nos estaban cambiando la llave de la cerradura». Y algunos síntomas evidencian que ello les afecta hasta en la conducta: «A éste me lo han llegado a echar del colegio», dice la madre con una tristeza en la mirada que denota el grado de sufrimiento que llevan ya acumulado.
Las esperanzas de que puedan volver a reunirse los cuatro bajo un mismo techo están depositadas en el último sorteo de viviendas sociales realizado por el Ayuntamiento. Tuvo lugar el 10 de enero y la cuestión es que a la suerte de que les sea adjudicada una ha de unirse la de poder pagarla después.
(La Voz, 23-Enero-2011)

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