miércoles, 21 de julio de 2010

Treinta y cinco veranos después


Cosas de la crisis. Imagino. El caso es que, al final, lo he disfrutado más que otros helados más sofisticados. No diré la marca. Tampoco el kiosko desde el que han aparecido de nuevo en mi vida. Pero varias consideraciones me hacen, a esta primera hora de la tarde, buscar espacio en el blog para anotar reaparición tan gloriosa en medio del caluroso miércoles.
Primero, los polos de hielo siguen existiendo. Segundo, los hay de naranja y limón, como entonces. Tercero, a 0,50 euros, que son poco más de 80 de aquellas pesetas. Cuarto, siguen chorreando el palo si te detienes en su consumo. Quinto, el sabor de siempre despierta mis papilas más nostálgicas. Sexto, es posible volver a los once años.
Hace treinta y cinco años, vivía en La Atalaya y, el dominguito, mi padre me daba dinero y, con mi hermano, cruzábamos calle Lealas para encontrar en la pequeñita confitería que hace tiempo desapareció de mi callejero de la infancia aquellos politos que, en esta tarde, me devuelven a unos tiempos que pensé irrecuperables. ¡Qué gustazo!
Hoy es mi hija quien me los trae. Hoy he sido yo quien le ha dado dinero. Pero no le dije qué debía traer. El destino me ha ofrecido la oportunidad dando vueltas a un calcetín que brinda idéntico resultado. Cosas de encontrar el placer en las pequeñeces más encantadoras. Disculpad, aún he de limpiarme la mano llena del rico limón del recuerdo.

1 comentario:

  1. Felicidades por la entrada. Qienes somos tan jóvenes como tú hemos disfrutado una enormidad con esta evocación 'vintage'. Qué tiempos, hermano Gaby, qué tiempos aquéllos.

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