Nunca me las di de esposo particularmente modélico. Lo que no quiere decir que no lo haya intentado a diario. Como lo sigo haciendo. Pese a ello me parece admirable que hayamos llegado, Tere y yo, a los diecinueve años de matrimonio.
Ayer mismo cumplimos el mencionado aniversario desde aquella calurosísima tarde veraniega de desposorios en La Merced. Y hoy me detengo a reflexionar sobre ello abriendo mi blog a una experiencia de tanto calado personal.
El agradecimiento que corresponde dejar por escrito a mi compañera de camino, a la madre de mis tres hijos, me lleva a recordar que su esfuerzo para estar a la altura de lo que mi complicada vida laboral necesita es digna de todo encomio.
Ahora, cuando la contemplo en la serenidad de un momento de su vida en el que pensar más en ella misma, doy gracias a Dios por cuanto me ha ofrecido a través de ella, de nuestra convivencia, de nuestras alegrías y también de nuestras penas.
Mírenla. En su mirada siempre adelante delata la esperanza en el futuro: una hija ya universitaria a punto de iniciar Ingeniería Informática, un hijo con precoces aspiraciones militares y otro contentísimo porque ya pasa a 2º de Primaria.
Y yo, claro. Encontrando en ella la calidad de unos sentimientos que siguen alimentando, tantos años después, esta relación afronto, afrontamos, el futuro con una ilusión quizá distinta a la que aquella tarde ante la Patrona. Pero no demasiado.
Gracias por todo, Tere. Recibe estas líneas como sencillo regalo de aniversario de bodas y signo de un amor de inconfundible fragancia a eternidad. Luego será lo que Dios quiera. Pero si no creyera que lo nuestro es inquebrantable... ¿para qué habernos puesto en camino?
Un beso y felicidades, cielo.
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