El hombre puso nombre a los animales. Así lo cantó el conocido músico, cantante y poeta estadounidense Bob Dylan (Duluth, Minnesota, nacido el 24 de mayo de 1941, con el nombre Robert Allen Zimmerman) al que, dicho sea de paso, no lo imaginé nunca llevando a bendecir a aquel cocodrilo que abría su curioso repertorio en este tema que ya me encandilaba a finales de los años setenta.
Cuando uno sigue, cancionero en mano, comprobando que aquella letra mal entendida que yo disfrutaba en inglés refiere, a continuación, el extinguido diplodocus y al pez del Canal de Suez -"...qué gilipollez..."- o al 'caballo' alto que no usaba gafas y le puso jirafa o a las ladillas o al ornitorrinco o... es cuando se percata que no era, precisamente, el espíritu de San Antón el que presidía la intención del rockero.
Mañana domingo nos reencontraremos en el Parque González Hontoria, con el jabato con lazo, con el perrito del abriguito, con la boa que sirve de bufanda a cuatro, con el loro que dice el nombre del propietario, con los caballos que jamás lucieron allí como en la mejor versión que viviéramos de la Parada Hípica ya extinta en el programa de nuestras fiestas de otoño o con aquella iguana que jamás entendí como animal de compañía. Como el pulpo del anuncio.
No suene a ironía mal traída, pero siempre me gustó más la relación más natural posible entre el hombre y el animalario todo del mundo mundial. Y los bichos vestiditos no creo que homenajeen para nada a las propias criaturas aderezadas sino, más bien, a unos propietarios exhibicionistas. Por ello me acuerdo de 'Laura', la perrita de una amiga, para ponerla de ejemplo del amor especial de una mujer sensible y un animal tratado como lo que es.
Enhorabuena a todos aquellos que han sabido encontrar el equilibrio en una relación que, como no podía ser de otro modo, pone a cada cual en su sitio. El hombre puso nombre a los animales. Lo cantó Dylan. Mañana habrá quien les ponga otras cosas. Que el cura Fuego eche agua en abundancia porque sólo así, mojando también a los dueños, se augura mejor la bendición de un Santo digno de mención en esta víspera.
Cuando uno sigue, cancionero en mano, comprobando que aquella letra mal entendida que yo disfrutaba en inglés refiere, a continuación, el extinguido diplodocus y al pez del Canal de Suez -"...qué gilipollez..."- o al 'caballo' alto que no usaba gafas y le puso jirafa o a las ladillas o al ornitorrinco o... es cuando se percata que no era, precisamente, el espíritu de San Antón el que presidía la intención del rockero.
Mañana domingo nos reencontraremos en el Parque González Hontoria, con el jabato con lazo, con el perrito del abriguito, con la boa que sirve de bufanda a cuatro, con el loro que dice el nombre del propietario, con los caballos que jamás lucieron allí como en la mejor versión que viviéramos de la Parada Hípica ya extinta en el programa de nuestras fiestas de otoño o con aquella iguana que jamás entendí como animal de compañía. Como el pulpo del anuncio.
No suene a ironía mal traída, pero siempre me gustó más la relación más natural posible entre el hombre y el animalario todo del mundo mundial. Y los bichos vestiditos no creo que homenajeen para nada a las propias criaturas aderezadas sino, más bien, a unos propietarios exhibicionistas. Por ello me acuerdo de 'Laura', la perrita de una amiga, para ponerla de ejemplo del amor especial de una mujer sensible y un animal tratado como lo que es.
Enhorabuena a todos aquellos que han sabido encontrar el equilibrio en una relación que, como no podía ser de otro modo, pone a cada cual en su sitio. El hombre puso nombre a los animales. Lo cantó Dylan. Mañana habrá quien les ponga otras cosas. Que el cura Fuego eche agua en abundancia porque sólo así, mojando también a los dueños, se augura mejor la bendición de un Santo digno de mención en esta víspera.
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