Es el caso de la Hermandad de la Amargura uno de los más característicos al respecto de la evolución histórica constante del vulgo por el que popularmente se conozca a una cofradía. Y es algo que siempre me llamó la atención, no en balde va en ello mucho más que la simple necesidad de acortar, en la referencia cotidiana, el larguísimo título que ostentan.
Tengo ya edad suficiente para recordar cómo la de la calle Medina fue siempre la Hermandad de la Flagelación. Y a mí me gustaba, ya de crío, conocerlas, a las cofradías, por los títulos de esas escenas que, necesariamente, me llevaba a las enseñanzas bíblicas en las aulas de la Escuela de los Hermanos. Aquello, por tanto, tenía un sentido que me parecía especialmente digno.
En mis tiempos, por ejemplo, la de San José era La Borriquita y ello, en el fondo, no era -créanme- sino tributo al honorabilísimo jinete. Pero los críos bajábamos la mirada. No tanto, sin embargo, como cuando ahora se termina por disfrutar más de los pies anónimos bajo los faldones. Y estaba la del Señor de las Misericordias y la de la Santa Cena -que así la llamábamos- y la del Señor de las Tres Caídas...
Jesús mandaba, lo que en aquella generación de chavales de los setenta quedaba bastante claro. Curiosamente, una generación anterior tenía por más común llamar a las hermandades por sus templos. La de San Miguel, la de San Francisco, la de Madre de Dios, la de San Juan de los Caballeros, la de San Telmo, la de Las Viñas, la de San Mateo, la del Calvario, la de Santa Ana, la de la de Los Descalzos.
Luego llegaron los desbordantes sentimientos marianos que impusieron vulgos como La Amargura, La Estrella, El Desconsuelo, La Candelaria, El Consuelo, El Mayor Dolor -Reina de San Dionisio siempre-, La Esperanza de la Yedra, La Concepción... Y, a decir verdad, hoy en día, por mor de la mezcla generacional y de cuanto la historia de las últimas décadas nos ha ido dejando al respecto, tenemos ya de todo.
En el fondo da igual. Parece. Pero a poco que se piense no deja de ser sintomático de una sociedad que, como quiera que ve dar tumbos sus convicciones, podría terminar quitando yerro a cualquier justificación del acortamiento del nombre. Y si cualquier criterio vale terminaremos teniendo la Hermandad de la Verónica, la Hermandad de Judas y la Hermandad de Barrabás. ¿Terminaremos poniéndoles velas como a Gestas?
(La Voz, 06-09-09)
Tengo ya edad suficiente para recordar cómo la de la calle Medina fue siempre la Hermandad de la Flagelación. Y a mí me gustaba, ya de crío, conocerlas, a las cofradías, por los títulos de esas escenas que, necesariamente, me llevaba a las enseñanzas bíblicas en las aulas de la Escuela de los Hermanos. Aquello, por tanto, tenía un sentido que me parecía especialmente digno.
En mis tiempos, por ejemplo, la de San José era La Borriquita y ello, en el fondo, no era -créanme- sino tributo al honorabilísimo jinete. Pero los críos bajábamos la mirada. No tanto, sin embargo, como cuando ahora se termina por disfrutar más de los pies anónimos bajo los faldones. Y estaba la del Señor de las Misericordias y la de la Santa Cena -que así la llamábamos- y la del Señor de las Tres Caídas...
Jesús mandaba, lo que en aquella generación de chavales de los setenta quedaba bastante claro. Curiosamente, una generación anterior tenía por más común llamar a las hermandades por sus templos. La de San Miguel, la de San Francisco, la de Madre de Dios, la de San Juan de los Caballeros, la de San Telmo, la de Las Viñas, la de San Mateo, la del Calvario, la de Santa Ana, la de la de Los Descalzos.
Luego llegaron los desbordantes sentimientos marianos que impusieron vulgos como La Amargura, La Estrella, El Desconsuelo, La Candelaria, El Consuelo, El Mayor Dolor -Reina de San Dionisio siempre-, La Esperanza de la Yedra, La Concepción... Y, a decir verdad, hoy en día, por mor de la mezcla generacional y de cuanto la historia de las últimas décadas nos ha ido dejando al respecto, tenemos ya de todo.
En el fondo da igual. Parece. Pero a poco que se piense no deja de ser sintomático de una sociedad que, como quiera que ve dar tumbos sus convicciones, podría terminar quitando yerro a cualquier justificación del acortamiento del nombre. Y si cualquier criterio vale terminaremos teniendo la Hermandad de la Verónica, la Hermandad de Judas y la Hermandad de Barrabás. ¿Terminaremos poniéndoles velas como a Gestas?
(La Voz, 06-09-09)
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